Prestidigitadores

    17 oct 2021 / 16:19 H.
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    Alguien dijo una vez que la política era pura magia. La disquisición sobre el níveo o lóbrego color de la misma ya es propia de cada ciudadano o, sálvenos la providencia, del ideólogo de turno que nos la presenta, adorna e inculca sin mayor escrúpulo. La política, según los clásicos, era ese arte de promover el bienestar. ¿De quién? ¿Para quién? Difícil respuesta presenta ese dilema. Hay quienes, como Carl Schmitt, enmarcan el hecho político en la disyuntiva amigo/enemigo. Y aclaran que ese binomio no está basado en criterios económicos, morales o religiosos, ni en apuntes psicológicos tintados de sentimientos más o menos personales. El enemigo político no es simplemente el adversario sino aquel que representa la negación del propio modo de existencia, de pensamiento y, por ello, hay que combatirlo para mantener la propia forma de vida. Ahí es nada. Nuestros políticos tienen muy clara esa acepción y más aun la de amigo. ¿Puedes ser mi bastión, mi soporte, mi apoyo? pues he aquí mi mano. Ya discutiremos posteriormente qué malabares debo hacer con mis ideas, mis propuestas, mi propia ideología para que concuerde nuestra “amistad”. Se diría que con el diploma de político electo va también el de oscuro prestidigitador. Ejemplos meridianos podemos encontrar en los escaños de nuestro parlamento de gentes, partidos, cargos, que de la noche a la mañana viran sospechosa y estentóreamente de opinión y, cuan Saulo camino de Damasco, descubren la verdad absoluta en aquello que minutos antes abominaban. Ardua tarea la del ideólogo que escribe y transmite la “buena nueva” no solo a sus secuaces, que ya saben de sus artimañas, sino a ese ente manipulable y supuestamente de amplias tragaderas, llamado “Pueblo”. El argumentario, género literario merecedor de peculiares galardones, es capaz de retocar verdades, iluminar mentiras, elevar a la categoría de absoluto el más nimio de los detalles o, en el sumun de la desvergüenza, aplicar una mano de barniz ideológico a todas y cada una de las ocurrencias con que distraer a los ilusos y mantenerlos fieles y sumisos. Los magos políticos se reúnen en secreto aquelarre y nos ofrecen propuestas ante las que los propios sectores implicados se sorprenden. Muchos ejemplos podrían aparecer revisando el B.O.E. donde descubrimos leyes nacidas no ya del sensato discurrir del gobierno elegido sino de los dimes, diretes, cesiones, derrotas y victorias de los unos con los otros y de los otros con los primeros. En ese arte maligno se cuenta, como elemento imprescindible, con el tozudo y cándido beneplácito de quienes acatan sin mayor análisis el truco del prestidigitador de turno. Si la política es magia quizá deberíamos aprender a desenmascararla.

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