Porque no me da la gana

    08 feb 2022 / 16:28 H.
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    Resulta curioso comprobar cómo a menudo la estupidez humana crece en la misma proporción que la esperanza de vida. Cuanto más vivimos, más tarde aprendemos. Los niños lo son hasta los treinta, y eso si hay suerte; las mujeres son madres a los cuarenta... Así que, cuando leo las palabras de Gabriel García Márquez, “Lo más importante que aprendí a hacer después de los cuarenta fue a decir no cuando es no”, rememoro mi fecha de nacimiento y pienso: “Voy tarde”. En efecto, no he aprendido a decir no hasta pasados los cincuenta. Y no es que me importe, lo hecho hecho está y de nada sirve arrepentirse, pero nunca es tarde para aprender, cambiar o empezar de cero. Cuesta, no digo yo que no. La primera vez que te atreves a decir no cuando es no lo haces un poco cohibida y, cuando los peticionarios, poco habituados a tu negativa, te preguntan por qué, tú, pudibunda, te excusas: “Es que no puedo”. Pero, con un poco de práctica, ese “no puedo” se transforma en “no quiero”, hasta que un buen día te sorprendes regodeándote en un reconfortante “porque no me da la gana”. Justo entonces, esa ansiedad que te revolvía el estómago desaparece como por arte de magia y, ufana, asientes al viejo refrán: “El comer y el rascar, todo es empezar”.

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