Platón y sus chilindrinas

11 mar 2017 / 11:09 H.

Estamos sobre tierra mítica a nuestro pesar, incluso, en contra de nuestra voluntad, dada la especialidad en enterrar cualquier piedra que nos estorbe en el camino. El documental de National Geographic “El resurgir de la Atlántida” sentó sus ilustradas posaderas en Jaén —con drones volando bajo y recreaciones marca de la casa—. En concreto, se detuvo en el yacimiento arqueológico de Marroquíes Bajos. Ese tapado tesoro en pleno barrio del Bulevar, rico en jaramagos, parcialmente cubierto de hojalata y retiro espiritual para restos de la cultura del botellón. Corrió como la pólvora un mensaje con mezcla explosiva de Atlántida, Jaén, patrimonio y maravilla, todo filtrado por redes sociales para citarnos ante la pequeña pantalla.

Y lo que ocurrió fue de traca. El narrador de la producción, versado viajero cultural, aunque venía ya curtido por el sol de su travesía por el Mar Mediterráneo no tuvo un calentón, tampoco hay constancia de que se enredara por las preciadas tascas jiennenses para decir lo que dijo, del tirón, cuasi textual: “Como las pirámides de Egipto, una maravilla enterrada aquí en Jaén”. Achacaba, además, el desconocimiento mundial sobre este paraíso arqueológico a la voracidad de los constructores que intentaban sepultar el valioso legado. Cucha lo que ha dicho el tío ese de la boina rara. ¡Pardiez!, diría el doctorado en piedras, y concluiría con un cuñadismo de ya te lo decía yo.

En cualquier caso, ahí nos tenía cogidos por el relato y, al margen de las interpretaciones, está claro la valía de un yacimiento desterrado de nuestra memoria porque, de eso no hay duda, nos falta un hervor como civilización. Así que nos invadió primero cierto orgullo patrio y acto seguido un berrinche por la vergüenza. Venía a decir el comando —dirigido por James Cameron desde Skype— que el yacimiento bien podría ser una colonia atlante, construida a imagen y semejanza de la que narrara Platón, de uno que le había contado a otro que hubo un pueblo más listo que el hambre y que se ponía de acuerdo para hacer sus cosas y construir en círculos como si no hubiera un mañana.

La pega es que existe cierto anacronismo en cuadrar la leyenda con los restos de Marroquíes Bajos. Así lo certifican nuestros expertos y el “sursum corda” del mundo científico. Pero habrá que tener en consideración que al común de los mortales jiennenses no le asustan los anacronismos, vive con ellos —tenemos trenes que circulan a 70 y 80 kilómetros por hora, por aquello de la asimetría ferroviaria—, así que con permiso de nuestra excelsa tropa ibera, bien podríamos creer a pies juntillas el relato de Platón, con sus interpretaciones posteriores “ad hoc” y puestos a construir, mejor recrear una Atlántida del copón, con denominación de origen. Vale que, al final, esta comunidad mítica se viniera un poco arriba y sus ansias de riqueza y empujones belicosos la acabaran traicionando, pero que les quitaran “lo bailao”.

Y es que Platón marca tendencia hasta nuestros días y entre sus numerosas genialidades acuñó aquello de las mentiras piadosas, pero en versión política. Lo dicho, un pensador de primera que brindó a los gobernantes el concepto “mentiras nobles”, una argucia para mantener la armonía social en tiempo convulsos. Jaén es tierra fértil en yacimientos y en mentiras nobles. En otros tiempos, también lejanos, quitamos el sueño a nuestro único gobernante y hoy, como antes, a falta de pan, se fabrican metáforas que nos señalan con el índice dónde debemos mirar. La pequeña toscana, la california andaluza, todas tan bien intencionadas como irreales. Platón, por lo tanto, pudiera ser jiennense y con una chilindrina que se le fue de madre —crítica con la sociedad del momento y de sus gobernantes— creó una Atlántida en la que, definitivamente, estamos sentados sobre ella. Solo en clave de leyenda histórica se puede entender que sigamos tan encantados. Ahí lo dejo.