Pensión Carmen

    10 jun 2020 / 16:54 H.
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    Tomó una habitación exterior en una pensión modesta regentada por doña Rosarito, que fue la entretenida de un comerciante en lanas de Sigüenza, con quien tuvo una hija, también Rosarito, a quienes compró un piso cerca de Sol. Luego se despidió de ambas y no volvió a verlas. El pupilo paseaba por Madrid hasta mediodía. Se servía un plato de ensalada o legumbres y un segundo de carne o pescado, y de postre fruta del tiempo. Escribió a casa contando al hijo que iba a Gran Vía a tomar el sol que es regalo de Dios y explicando lo bueno que era para la salud, lo poco que costaba, y lo mucho que le entretenía el trajín de la gente, corriendo desatentada de un lado a otro víctima de las prisas; y que otros días iba al Retiro a ver llover, otro regalo de Dios, y que gozaba escuchando el goteo sobre las hojas de los árboles y aspirando el aroma a tierra mojada. El hijo se alarmó y dispuso que un médico amigo suyo visitara periódicamente al padre en la pensión de la calle Carmen, para control del estado mental y que ya de paso le tomara la tensión y le controlara el azúcar. El doctor tenía por cierto que el anciano gozaba de una salud mental que ya quisiera para sí el hijo, o él mismo.

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