Patriotismo hueco

    15 nov 2019 / 08:32 H.
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    Que la ultraderecha española tenga un 15% de los votantes es un hecho que no se puede atribuir a la casualidad y muestra que tenemos un grave problema que pone en riesgo el progreso democrático y social de las generaciones futuras. Podemos acudir a la historia para ver los factores que contribuyeron en otros momentos históricos al ascenso del fascismo, como las crisis económicas y su impacto en la mayoría de la población o la deriva autoritaria que tomaron las grandes fortunas por falta de beneficios. Esos factores se dan en el presente, pero también hay que reconocer responsabilidades antes de buscar las soluciones.

    El auge del autoritarismo que está arrasando Europa y Estados Unidos es un fenómeno global y la primera responsabilidad hay que achacarla a algunos medios de comunicación y a la frivolidad y condescendencia con que tratan el neofascismo y sus discursos. Hay que hacer referencia también a la poca responsabilidad del PSOE al enrocarse y convocar unas nuevas elecciones que no le han dado el voto útil frente a la ultraderecha como le pasó en la anterior convocatoria. La mayor barbaridad ya se había cometido antes, me refiero a la responsabilidad del PP y de Cs en el ascenso electoral de la ultraderecha al darle al neofascismo un lavado de cara y de legitimidad democrática con la firma de los acuerdos en Andalucía y Madrid; los votantes de centro derecha, también alimentados por el discurso de odio con respecto al conflicto catalán, se han movido a posiciones ultras. Lo mismo ha pasado con el desplazamiento de estos dos partidos hacia el ultraliberalismo influenciados por Vox, este electorado radicalizado ha preferido directamente al original frente a las copias. El extremismo de las derechas a ambos lados del Ebro con el tema del conflicto catalán más la coincidencia de la sentencia con el proceso electoral también ha ayudado al auge de la ultraderecha.

    A todos estos despropósitos se le ha sumado una campaña electoral en la que se han presentado como los mayores defensores de la clase obrera, como en su día hizo el fascismo, la fuerza política más anti clase trabajadora de nuestro país se atreve incluso a apelar al votante de izquierdas. Otro detalle ha sido evitar ese tufillo aristocrático y elitista de la clase y de los intereses que representan llegando a utilizar un discurso antioligárquico. El resto ha sido de manual: criminalización de los inmigrantes, nacionalismo excluyente extremo, uninacional y jacobino, por cierto, un nacionalismo que va unido a su oposición a las reformas laborales que pudieran proteger a la clase trabajadora y a los servicios públicos del Estado del Bienestar. Aquí las diferencias con el resto de partidos de derecha en nuestro país no son cualitativas, solo son cuantitativas. Sus políticas económicas neoliberales son las mismas y su nacionalismo también. El resto de debates en campaña los han resuelto como todos los fascismos, los problemas políticos son de orden público y el resto se resolvería endureciendo el código penal, poco más.

    Ya tenemos asentado en nuestro país un partido ultraliberal en lo económico y ultraconservador en lo social. El objetivo es crear una sociedad autoritaria en la que la desigualdad se abra paso sin freno. Sin un proyecto económico para España más allá de poner nuestra economía a merced de fondos buitre y grandes multinacionales. Un ultraliberalismo que propone políticas públicas semejantes a las impuestas por el general Pinochet en Chile, que destruyó el sistema público de pensiones (entre otras medidas de desmantelamiento del Estado del bienestar), causa de las revueltas populares hoy en ese país. Más desregulación y menos impuestos a los ricos. Ese es su proyecto económico, un capitalismo salvaje sin Estado que intervenga en el mercado y una población dividida y peleando por los desperdicios, nacionales frente a inmigrantes, hombres frente a mujeres, desempleados recibiendo ayudas frente a trabajadores, separatistas frente a españoles. Aquí tenemos ya el regalo ideológico de la oligarquía para los tiempos revueltos que nos vaticinan.

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