Paradojas del desierto

    27 mar 2022 / 16:00 H.
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    Días pasados el desierto sahariano tuvo a bien compartir con generosidad sus copiosas arenas con nuestros cielos de azul occidente, una sincera y desinteresada aportación que África nos ofrece a los países de firmamentos civilizadamente contaminados. Aquellas arenas inmigrantes no nos llegaron ni en sacos, ni en pateras, ni por contrabando, sino utilizando los nobles cauces del aire que respiramos, que está aún sin parcelar ni privatizar. Al menos eso creo, porque nunca se sabe. Hay otros muchos lugares del planeta, que distribuyen, también desinteresadamente, sus riquezas naturales como pueden ser: sus industrias armamentísticas, sus profetas del poder y la miseria, sus religiones contaminadas de ortodoxias absurdas y asfixiantes, o sus políticos de cerebros desérticos. Es decir, hay un equilibrio que podríamos calificar de aberrante. Si quisiéramos entender este fenómeno meteorológico como una alegoría sobre las veleidades recurrentes del ser humano, sería fácil descifrar el trampantojo, es decir, el continente africano nos ofrece noblemente lo que le sobra y a nosotros no nos interesa, porque aquello que pudiera tener algún valor , entendiendo valor por todo aquello que se pude robar para beneficio propio, suelen hacerlo los blancos nucleares, los seres de melanina más discreta, con artimañas un tanto oscuras, con la mano negra del tahúr, y nunca mejor dicho. África no es un paraíso de ángeles angelicales, aunque la ciencia asegure que el mono primigenio que dio origen a los hombres con esa timidez intelectual que aún padecemos, procede de este lugar privilegiado, de este edén, donde parece ser que ahora, en los últimos dos mil años, hay más demonios que moscas alrededor de una mierda fresca. Perdonen el exabrupto. Por eso pasa lo que pasa, y de aquellos lodos estos polvos. Y desde aquellos inhóspitos arenales nos llegan los “incómodos” inmigrantes, porque no ostentan la categoría de refugiados, apátridas, exiliados, ni represaliados, tan sólo arrastran en sus expedientes personales el marchamo de su desesperante indigencia. En su ingenuidad o en su ofuscamiento vienen buscando un lugar para sobrevivir, porque en definitiva es lo que hacen aquellos que logran pisar nuestros confortables países europeos. Y como Europa no contaba con ellos, porque al fin y al cabo son una visita incómoda, andan escurriendo el bulto, y repartiéndose de mala manera estos “trastos” humanos, alegando cada país sus razones de peso, que no son otras que demostrar que tienen todos sus trasteros llenos, y aunque lo piensen y no lo digan, el continente europeo no está para recoger los saldos paupérrimos de otro continente, que por su mala cabeza se ve como se ve. Y por si esto fuera poco, se podría pretextar, como está ocurriendo en la actualidad, que nosotros ya tenemos nuestras guerras particulares, fundamentadas en razones mucho más lógicas y contundentes, como pueden ser la ambición, el poder y la maldad más estúpida. Y así, atando cabos, se acaba desatando nudos, pero es un ejercicio que no recomiendo; las conclusiones son mortales de necesidad.

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