Olfateando

    28 feb 2022 / 16:32 H.
    Ver comentarios

    Para ayudar a reparar los daños económicos y sociales causados por la pandemia del coronavirus, los dirigentes de la Unión Europea han acordado un plan de recuperación fundamentado en una importante distribución de fondos, que pretende liderar el camino hacia la salida de la crisis y tratará de sentar las bases para lo que desean sea una Europa más moderna y sostenible. España en el reparto de estos fondos va a obtener unos 140.000 millones de euros, de los cuales parece ser, aproximadamente 72.000 millones serían a fondo perdido. Los planes que el actual gobierno de España maneja para la recuperación y transformación de nuestro país, pasan por tratar de repercutir esos fondos sobre los sectores productivos, que a su entender tienen mayor capacidad de transformar nuestro tejido económico y social. Esa distribución de los cuartos se realizará en nuestro país sobre 4 ejes transversales: transición ecológica, transformación digital, cohesión social y territorial e igualdad de género; destinando el 18% a la educación, formación continua y desarrollo de capacidades.

    Esta lluvia de millones en forma de maná digital tiene como telón de fondo, el cambio de época en el que nos encontramos. Un nuevo paradigma que se presenta con escenarios convulsos que afectan a las reglas del comercio global, que a su vez condicionan las formas de consumo, la logística, la distribución, así como las relaciones entre empresas y particulares. Convendrán conmigo los amigos lectores que van peinando canas, que con la edad uno comienza a dar más crédito a su olfato, ese sentido que a muchos ha dislocado el coronavirus y que, a medida que se va acumulando experiencia, va cobrando protagonismo esa intuición a la hora de hacernos una idea de las situaciones, previa a tomar cualquier decisión. En mi caso, el olfato me invita a adivinar un futuro escenario repleto de autónomos y de pequeñas y medianas empresas, equipadas con herramientas tecnológicas y con procesos de automatización y sin embargo y al tiempo, viviendo auténticas crisis de identidad. En un contexto incierto como el que vivimos, en el que todo es complejo y no paran de surgir problemas, la parte humana de las organizaciones está en causa. Pareciera que los recursos, más que apostar por las personas, lo hicieran por la gestión de los datos, por la presencia en las redes sociales, por los chatbots, las reuniones virtuales o por los formularios de contacto.

    Adivino una realidad en la que cuando más se necesite una voz al otro lado del teléfono, cuando más importante resulte conectar empleados, motivar y construir relaciones, nos encontraremos avatares, realidad aumentada y algoritmos. En ese momento en que más necesitaremos sentirnos vivos, estaremos sumergidos en metaversos virtuales y especulativos, y lo que es peor, lo estaremos sin saber del todo hacia donde nos llevará esa ola, que tiene más de digital que de verdadera transformación. El problema existirá en tanto en cuanto, sigamos entendiendo la digitalización como la falta de personalización de las relaciones. Durante muchos años se habló de que la transformación digital era el futuro para las empresas, ahora es ya una realidad. Esta situación vivida ha fortalecido que las redes sociales, las páginas webs y los canales de comunicación instantánea sean el pan nuestro de cada día en los propósitos a corto plazo de las empresas.

    El olfato, me anima a dibujar un lienzo en el que las empresas, con o sin dineros de fondos europeos, deberán pensar en resolver las necesidades y preocupaciones de sus usuarios, debiendo tener muy claro que delante no van a encontrar clientes, sino personas a las que tendrán la obligación de ayudar. Esta es y será la única forma de entender cualquier proceso de transformación digital. Las ventajas de sistemas informáticos modernizados, la computación en la nube y el análisis soportado por inteligencia artificial ayudarán, pero si en el camino perdemos la humanidad, en esta mata no habrá patata.

    Articulistas