Nueva irresponsabilidad

    06 jul 2020 / 16:32 H.
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    Nos enfrentamos a un verano atípico y al que parece que nos vamos a tener que acostumbrar con esta supuesta nueva normalidad. Nuestra cultura nos llena las noches de verano de fiestas en los pueblos y en las ciudades, de ferias, de conciertos y de festivales... y este verano no se celebrarán. Este verano nos debemos un último golpe de pecho en el que podamos demostrar que el confinamiento padecido nos ha enseñado algo, si no a ser mejores personas, al menos a ser un poco más responsables. Y esto no es un deseo, sino una súplica, porque las irresponsabilidades de unos cuantos las pagaremos todos, nuestras criaturas, nuestros mayores y nosotros. ¡Qué bonito era aquello de aplaudir en los balcones a nuestros sanitarios y qué feo olvidar los recortes y permitir la constante privatización de la sanidad! Ya tenemos bares para arreglar el mundo, los balcones eran metafóricos... ¡Qué tediosas fueron las mañanas de teledeberes y teleclases! Y es que esa labor debía haber servido para que las familias hubieran aprendido a valorar el trabajo de los y las docentes en lugar de ponerlos a caer de un burro y hablar de que la escuela es una mera conciliación. ¡Qué fantástico era mirar a los ojos a las personas que trabajan en los supermercados y decirles “vuestro trabajo es necesario! Ahora, por el contrario, nos mosqueamos porque se nos ha olvidado la mascarilla y no podemos entrar, porque tenemos que ponernos guantes y porque están tardando en cobrarnos. ¡Qué genial era desprender una lágrima con cada avance en el estado de alarma! Pero no, no hemos aprendido. Vivimos enfadados porque las fiestas del pueblo se han suspendido, porque no habrá feria, porque en el bar no dejan juntar las mesas, porque no alquilan una casa rural para treinta personas o porque nos cierran una playa. Desde luego, las personas de este país estamos vivas porque respirar no requiere un proceso previo de pensamiento. De vez en cuanto escuchamos alguna voz a modo de Pepito Grillo que nos recuerda que debemos adquirir de una vez unas nuevas rutinas de no besarnos, de guardar unas distancias a la hora de socializar, de buscar alternativas de ocio con grupos reducidos... Pero no, a nosotros lo que nos mola es ir con la mascarilla en el codo, juntarnos bien pegaditos y criticar a quien sea necesario porque los columpios del parque están precintados y el resto del zonas de estas instalaciones están saturadas. Vamos a ver, almas de cántaro, el hecho de que los columpios estén precintados es porque los niños pueden ser menos conscientes del peligro que aún vivimos, porque la crisis sanitaria está ahí, aunque se haya levantado el estado de alarma. El resto de personas que se agolpan en los parques son adultas o semiadultas con dos dedos de frente para saber que hay unas normas que nos facilitarían la vida si fuéramos responsables... Pero no, mola más sentarse en el banco del parque a criticar a quien no lleva mascarilla mientras las siete personas con las que hablo y yo misma tenemos las nuestras en el codo o en la barbilla. Se está un poco más a gusto con un litro de cerveza fresquito a repartir sin vaso entre cuatro, cinco o seis. Pero siempre podemos echar balones fuera y no reconocer que casi todos nos saltamos muchas recomendaciones y, a veces, ni tan siquiera nos damos cuenta de que lo que observamos en los demás es espejo de nuestras propias carencias. ¿Y si dejamos de criticar al de al lado y velamos por nuestra propia seguridad cada uno de nosotros y de nosotras? No sé, es solo una idea que dejo caer. Esto es trabajo individual para convertirlo en comunitario. Me da igual si la bandera de la mascarilla es la del arcoíris o la tricolor o si es cualquiera otra. Lo que me importa y lo que debería importarnos a todos es ser responsables, aguantarnos un poquito y dejar de pedir y exigir para luego decir que la culpa es del gobierno porque sí y punto. Y llegará septiembre y solo nos quejaremos de que nos cerraron las piscinas, nos quitaron las fiestas y nos encerraron en casa.

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