Nuestro tesoro

04 may 2020 / 16:40 H.
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Venimos de un beso que desembocó en un polvo, de un flechazo en una noche de verbena o en un bar junto a la playa, de cuatro palabras sueltas que calaron hasta los huesos, a pesar de la música tan alta. Crecimos en los columpios, jugando a la pelota, al pilla pilla, a los médicos, a base de litronas en corro y a morro, compartiendo piso, cigarrillos de la risa, ropa, secretos al oído. Trabajamos por el horizonte que prestan los viernes tarde, para la reunión con los amigos, la cena con velitas para dos o el escalofrío a la salida de un after. Y sabemos que si a todo ese mejunje le quitamos una pizca lo dinamitamos, se nos viene abajo. Apuntan los psicólogos que los bebés que están viniendo ahora al mundo no van a precisar de adaptación alguna para asumir el distanciamiento social, porque en ellos se impondrá como algo innato, lo mismo que llevarse el puño a la boca. Qué mierda más solemne, ¿no os parece? Tenemos que hacer algo, lo que sea por recomponer las mil y una noches y que esta nueva prole también las consuman, porque de poco tenemos idea, solemos tropezar dieciséis veces en la misma piedra, unos auténticos cafres, pero hace mucho que entre todos encontramos el anillo de Gollum: los abrazos.

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