Nuestra esencia

    04 may 2020 / 16:37 H.
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    Muchos aficionados al fútbol recordarán aquella anécdota en la Eurocopa de 2016, en la que casi el 10% de los 300.000 habitantes de Islandia acudieron en masa para apoyar a suselección, que consiguió una inolvidable victoria en octavos de final frente a la todopoderosa selección de Inglaterra. Un éxito de indudable repercusión y que trascendió más allá del deporte, cuando se conoció que el entrenador durante muchos meses antes del campeonato había estado compartiendo con los aficionados que se daban cita en un bar antes de los partidos de casa, la táctica, la alineación, e incluso el vídeo motivacional que les pondría a sus jugadores previo al partido. A cambio, el compromiso por parte de éstos de no grabar ni difundir nada en redes sociales. El número de aficionados que se daban cita en esas “previas” fue creciendo exponencialmente gracias a la innovadora fórmula que este entrenador encontró para, a través de la conexión emocional, ser capaz de encontrar un propósito común entre jugadores y afición, haciéndoles sentir importantes y partícipes en el proyecto a estos últimos. Este entrenador encontró un modelo creativo para aumentar el sentido de pertenencia a un proyecto, a partir de la colaboración y de las vivencias compartidas. La colaboración es absolutamente necesaria para generar oportunidades de éxito. Actualmente es una prioridad para nuestras empresas no perder el espíritu colaborativo en el actual escenario de inevitable redefinición de su modelo, provocado por el coronavirus. Un modelo de empresa, que no deberá abandonar la idea de seguir trabajando en la mejora de las competencias colaborativas de los individuos que lo conforman, ya que las relaciones humanas son imprescindibles para comprender el éxito pasado y presente de todas las empresas. Ojo por tanto, con el diseño de las nuevas fórmulas de gestión de empresa basadas en el trabajo desde casa, porque el espíritu colaborativo nunca debe perderse. El, para mi gusto mal llamado teletrabajo, habrá que identificarlo como parte estratégica de la empresa desde el punto de vista de la optimización de los recursos y del propósito de las compañías, que no deben encontrar en esta posibilidad una herramienta únicamente al servicio del departamento financiero en cuanto a su impacto en los costes fijos, sino un vehículo que, aliado con la rentabilidad operativa, persiga la consecución de los objetivos de la organización, sin comprometer su misión y sus valores. Las cuestiones que desde mi punto de vista entran en riesgo con su sobreutilización son, en primer lugar, el engagement, entendido como la capacidad de la marca (organización) de crear relaciones sólidas y duraderas con los usuarios y empleados, y que acaba generando compromiso. En segundo lugar, la socialización tan importante en nuestros hábitos y en nuestra cultura dentro de las organizaciones. En tercer lugar, el aprendizaje por observación. En la empresa aprendemos de, por y con los compañeros, con los mandos y con los directivos, Es un flujo constante, consciente en muchos casos e inconsciente en otros, que va moldeando nuestro perfil profesional. Y, en cuarto lugar, el sentimiento de pertenencia. No debemos olvidar que los grupos sociales se reúnen para materializar en algo físico, aquello que como individuos sentimos de compromiso con algo superior. Como señala en una de sus publicaciones Javier Moreno Zabala, directivo y formador jiennense: “la creatividad, la capacidad para solucionar problemas, para compartir experiencias, para aprender, para desarrollar una cultura de prosperidad, para crecer personal y profesionalmente, dependen de las interacciones personales”. Definamos pues, un nuevo modelo de empresa teniendo presente, que las relaciones humanas no se pueden virtualizar por completo de repente, sin alterar el resultado final.

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