Normalidad absoluta
Obviamente, cada año que empieza lo recibimos con ilusión, pero también con incertidumbre, por las experiencias con las que pueda sorprendernos. Así ha sido, año tras año, y seguirá siendo. No me cabe duda. Pero, viendo concluir el 2020, y el espectáculo tan fatídico que nos ha ofrecido, a nivel mundial, contamos, con ansiedad, los días que faltan para despedir este año, y mandarlo con viento fresco, deseando que sea olvidado de nuestras memorias. Si algún visionario nos hubiera adelantado, el año pasado por estas fechas, que los ciudadanos íbamos a estar confinados en casa, durante meses; que se suspenderían todo tipo
de procesiones, romerías, fiestas populares, ferias, manifestaciones; que los bares y restaurantes permanecerían
cerrados a cal y canto, por largos periodos de tiempo; que había que hacer
largas colas, en la calle para entrar en
el mercado, entidades bancarias y supermercados; que las clases escolares
estarían suspendidas, largamente, sin ser vacaciones; que las salas de los tanatorios estarían colapsadas de fallecidos pero vacías de familiares; y que sería imposible salir a la calle sin mascarilla sin que te caiga una multa, seguro que no le habríamos ofrecido la más
mínima credibilidad. Pero todo eso y más, mucho más, es lo que hemos vivido este largo y detestable año. Quiero
pensar que, de ahora en adelante, solo cabe remontar. Que lo peor está ya pasado. Que, cada día nuevo nos espera
una mejora, respecto del anterior. Pero vivimos una de las raras ocasiones en
las que el destino está en nuestras manos, por lo que, para conseguir salir de esta, debemos hacer un último esfuerzo. Viviremos una Navidad rara, tanto como
lo ha sido el año. Pero vivámosla con prudencia. Huelga decir que todos deseamos volver a nuestra normalidad absoluta. Que deseamos besar y abrazar a nuestros padres y a nuestros amigos. Que, incluso echaremos en falta la conversación tediosa del invitado muermo de las cenas de estas fechas. Pero eso son lujos que deberemos dejar para el próximo año.