No somos nadie

30 ene 2020 / 08:44 H.
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Vista una vez más la fragilidad de la vida y nuestro peregrinaje fugaz por ella, eso que se repite como una letanía de que estamos de paso, no se me ocurre pensar más que en el fin del mundo. Así de sencillo, el Apocalipsis. Y es que ya queda poco. Se diría que poquísimo. Hay señales claras. Además, porque no me dirán ustedes que la amenaza no es grave para esta España tan castigada por el contubernio judeo-comunista-masónico que nos azota. Los niños ya no llevan libros de texto a las escuelas, no, sino el Libro Rojo de Mao. No le echemos más la culpa al Opus Dei ni a las otras sectas adláteres y ultramontanas de la santa Iglesia, a ver si vamos a pensar que son ellos los reaccionarios que adoctrinan. No, qué va. A este país doblegado por las hordas rojas le quedan dos telediarios. Así que cada quien ponga su vida en orden y apure la copa, que la cosa se ha puesto que arde.

Con estos precedentes, como se imaginarán, no hay nada que nos extrañe. Pero ahora vamos en serio. Sin ir más lejos, lo de Kobe Bryant ha sido un golpe para todo el mundo, independientemente de que te guste o no el baloncesto. No somos nadie. Y aunque los medios casi no se acuerdan de los otros acompañantes —que no eran famosos— que iban con él, incluida su hija, de la que se ha hablado algo más, hay que recordar que el malogrado Kobe usaba a diario el helicóptero privado —las cosas del poder adquisitivo— para evitar los atascos de Los Ángeles. Impacta precisamente eso, pues siendo un hombre joven, famoso y rico (no sé si en ese orden), no se ha librado de morir en un accidente. Lo tenía todo, adorado por las masas. No es que venga al pelo el tópico de que la muerte nos iguala, obvia verdad, sino que se impone como triste realidad, y también se sabe sobradamente. No somos nadie. Yo estoy tomándome una taza de menta poleo —con una cucharadita de miel— mientras escribo este artículo, pero quién sabe dónde estaré mañana. Quienes han vivido una tragedia lo saben.

Otro ejemplo: el pánico proveniente de China no se justifica de ningún modo, pero es que nos gusta el morbo rayano con el masoquismo. En el fondo, no asistimos más que a otra distopía, ahora que están tan de moda. Y se podría rastrear en Counterpart, una excelente serie en dos temporadas —al parecer han cancelado la tercera— protagonizada por J. K. Simmons y Olivia Williams, en la que medio mundo muere, y no estoy haciendo spoiler, a causa de la propagación de un virus de una gripe muy agresiva que unos científicos locos y desaprensivos expanden como venganza. Salvadas las distancias con el SARS de 2002 y este nuevo bicho que según se cuenta ha mutado de los murciélagos a las serpientes, y de estos reptiles a los humanos, nos encontramos ante una nueva alarma capaz de provocar un desastre incalculable. La gente normal y corriente, esa que se lo cree, desde luego no piensa tanto en la muerte, que al fin y al cabo se asume como irremediable, sino en el dolor que provocaría una enfermedad de este tipo, una neumonía, una infección respiratoria que te ahogue entre mocos y toses, con el pecho de fuego y temblores. Me pregunto si moriremos como chinches... Cada vez con más asepsia, con mascarillas por las calles y tomando antibióticos que destrozan nuestro sistema inmunitario, ¿estamos de verdad protegidos ante el coronavirus?, ¿Y ante una posible invasión venezolana y norcoreana?

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