Navidad o vida

    30 nov 2020 / 16:46 H.
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    La vida nos pone a prueba con obstáculos que pensamos insalvables y lo normal es que los superemos y vayamos avanzando. Esto suele suceder a título personal. En nuestro día a día tomamos un sinfín de decisiones, muchas veces sin ser conscientes de que lo estamos haciendo, y vamos viendo pasar los días buscando la felicidad y nuestro bienestar. Y si las decisiones son correctas, avanzamos; si nos equivocamos, pues aprendemos y volvemos a empezar. No queda otra para continuar viviendo en paz.

    El problema es cuando los obstáculos solo se salvan de manera colectiva y tenemos que remar todos y todas en el mismo sentido y al mismo ritmo. Aquí es cuando nos damos cuenta de que somos humanos y no es que tropecemos dos veces en la misma piedra, es que no nos da la gana de aprender, porque estamos por encima del bien y del mal.

    Estoy cansada de eso de que hay que salvar la Navidad. ¿Qué es la Navidad? No seré yo quien rompa la ilusión y la magia que se le asigna a esas fechas, pero es que hemos perdido el norte totalmente. No hemos aprendido nada, absolutamente nada durante el confinamiento que emprendimos en marzo, y queda más que demostrado porque nos dieron “libertad” y salimos disparados como torillos en los San Fermines. Una vergüenza total, la verdad. Viajamos, salimos, entramos, hicimos lo que nos dio la gana, con mascarillas y todo lo que queramos, pero realmente salimos como si ya todo hubiera pasado, como si el virus se hubiera evaporado para reactivar la economía.

    Pues aquí estamos ahora pagando por los excesos. Medidas restrictivas criticadas por unos y otros. Culpando a sectores concretos y exculpando a otros sectores que no tienen tanto cuidado. Cuidando siempre al gran empresario y fastidiando al pequeño... La ciudadanía nos quejamos porque no salimos, porque nos privan de libertad. Pedimos que cierren los centros educativos pero que no nos manden a la descendencia a casa, porque tenemos que trabajar y, claro, ¿qué hacemos con los churumbeles? Nos quejamos de forma continua por redes sociales de quienes hacen las cosas mal, pero no nos pringamos denunciando donde hay que hacerlo. Nos cuidamos a medias, porque nos echamos el café del desayuno con un grupo de seis en el trabajo, y por la tarde con los y las colegas. Nos autoengañamos visitando a nuestros familiares con la excusa de que son familia, porque no nos da la gana de entender el término “convivientes”... Pero, eso sí, lo importante no es acabar con el problema, lo único que interesa es salvar la Navidad.

    Y yo me pregunto: ¿Nos están convenciendo para salvar la magia de la Navidad o para resurgir una economía que está ahogada no solo por la pandemia, sino porque los impuestos asfixian? Porque no creo yo que los “amancios” de este país cargados de franquicias tengan muchos problemas. El problema lo tiene Pepe, que tiene una tienda de regalos; Marta, que la tiene de bisutería; Juanita, que la tiene de ropa... ¿Qué queremos salvar realmente? Vivimos inmersos en el consumismo más absoluto y no somos consciente de que una Nochebuena o una Nochevieja con videollamadas pueden evitar una tercera ola de este puto virus. Yo quiero a mi familia y a mis amigos y amigas, pero no solo en eso de la Navidad, yo quiero estar con ellos un 14 de enero o un 30 de marzo...

    Quiero a mi gente viva y sana. No quiero cenar una noche y que eso desemboque en contagios o en medidas restrictivas que no permitan ver a mi madre en diez meses.

    Yo entiendo perfectamente que la economía no puede hundirse más, pero también entiendo que necesitamos un país de personas vivas que puedan mantener esa economía y que puedan abrazarse y sonreírse sin mascarillas. No quiero un país rico lleno de muertos por culpa de las irresponsabilidades de políticos de cualquier color y por una ciudadanía que no aprende de lo que estamos viviendo.

    No malinterpretéis mis palabras, pero pensadlo. Salir durante las fechas de Navidad y pasar enero con las UCI saturadas, sin respiradores, con las secuelas que nuestra sanidad arrastra por los recortes y el desprestigio. Hacerse fotos con las luces de colores o aislarte en una habitación. Es sencillo.

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