Mostrarse o recogerse

    14 mar 2022 / 16:35 H.
    Ver comentarios

    No se da una característica o tendencia en una sociedad o en una época que no proyecte su sombra, su contrario. Así, no hay lugar ni tiempo más dicharacheros socialmente que el salón parisino de los siglos XVII y XVIII. La salonnière habla a unos y otros o, más bien, les incita a que digan, cuenten, bromeen, expresen sus ideas. El ingenio, la burla simpática, la complacencia, la politesse (que descubre o supone en el otro alguna excelencia) se manifiestan en multitud de conversaciones. Y, sin embargo, es en ese mismo tiempo y en ese mismo ambiente donde observamos la tendencia contraria, el deseo de apartarse del mundo (así llamaban ellos a esa atmósfera, “el mundo”) y retirarse a una oculta soledad. En relación con ello está el elogio del silencio que hace Bossuet: “Se precisa un silencio y un recogimiento perfectos para oír la voz de Dios en el interior”. Y la muerte del abate de Rancé, quien viendo su final decidió pasar en silencio sus últimos instantes. Contrástese eso con estas palabras de Madame de Staël, a quien nada la angustiaba más que la soledad y el silencio: “Dicho sea con perdón, yo no abriría mi ventana para ver la bahía de Nápoles ni la primera vez, mientras que haría cinco leguas para ir a charlar con un desconocido que fuera inteligente”.

    Bueno, tal vez sí haya otro lugar y tiempo tan dicharacheros o más que aquel: los nuestros. Ya no hay salonnières ni honnêtes hommes, pero continuamente se nos insta a hablar, a opinar, a decir, a mostrarnos, en las redes sociales. Desde la participación más débil (un “me gusta” o “me divierte” o “me entristece” o “me asombra” o “me enfada”, a los que se nos invita con los emoticonos correspondientes) hasta la subida de una foto nuestra y nuestro plato de marisco en un restaurante de la costa, pasando por los comentarios más o menos detallados, somos impelidos a decir algo, a manifestar que estoy aquí, a mover la colita para que se me perciba. Ser es ser percibido, que decía aquel filósofo irlandés (venga, no resista el impulso, deje usted un momento el artículo y averigüe a quién me refiero, navegue por internet para resolver la adivinanza, así es la lectura hoy día; pero vuelva, no olvide volver, porque corro el riesgo de que se pierda usted en alta mar y no regrese a puerto, es decir, a este artículo).

    La sombra de esa necesidad de hablar, de mostrarse, de estar, es justamente el deseo de retraerse, de ocultarse, de decir ahí os quedáis. Sospecho que algo de eso hay en la decisión de abandonar Facebook que he ido viendo adoptar en los últimos años a varios amigos. Los ejemplos extremos de esta actitud de ocultamiento no podemos conocerlos, no si han logrado su propósito. Decir a los demás me he ocultado o saber que alguien lo ha hecho es graciosamente contradictorio. Pero conocemos casos de relativos y eficaces retiros. Siempre los ha habido, como hemos visto al principio. “El solitario es una de las encarnaciones más bellas que haya revestido la humanidad”, dice Pascal Quignard, en cierto modo uno de esos solitarios. Constituyen una grieta en la sociedad, una objeción a ella. Se contraponen a esa acción conjunta, a esa creación de un mundo en común construido entre todos y perdurable en el tiempo y en la memoria. Y, sin embargo, influyen en ese mundo y más aún en su modo de conocerse este a sí mismo. Todo escritor es un solitario mientras escribe, y todo lector mientras lee, pero ahora pienso en los escritores apartados, los que no concedían entrevistas por decisión o porque nadie se las solicitó jamás, o en aquellos que escriben voluntariamente para una pequeña comunidad de lectores. La mayoría nos movemos entre los extremos del que vive en un trajín social continuo y de quien, como en la oda de fray Luis de León (“¡Qué descansada vida/ la del que huye el mundanal rüido,”), cultiva en soledad su huerto, que es decir su alma. Y con esa insatisfacción propia del hombre, cuando bregamos con los demás soñamos con el retiro y, retirados, nos preguntamos si no estaremos siendo egoístas y dejando de hacer algo por el bien común.

    Articulistas