Mi Sagrado Corazón

    28 feb 2022 / 16:35 H.
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    Tengo un Sagrado Corazón en la entrada de casa, junto a una postal que compré en Granada, en la que se ve un barco zozobrando en un mar en calma —extraño o paradigmático, no sé por qué adjetivo decidirme—; dos tallos sin flores, que me recuerdan lo que fui y nunca más seré, cayendo sutilmente sobre una fotografía de la playa de Los Genoveses, regalo de mi querido amigo Jose Rodríguez. Luego está la televisión apagada, en silencio, hasta que me canse de leer y escribir y precise de su asistencia para escapar de mi propio silencio, de mí. Soy débil, siempre lo he sido, como las flores que no soportaron el cambio de estación y crearon un vacío, o como el barco que eligió en qué momento se iba a pique, para crear otro vacío. Pese a todo, continúo regando los dos tallos y mirando con cierta adoración la representación de un Dios en el que no creo, porque perteneció a mi madre y en ella, pese a su falta, sí creo. Son estos gestos nimios los que, a fin de cuentas, me ayudan a entender la caída libre que supone este viaje y la hermosa concatenación de ausencias y apariciones que lo conforman; y hasta tal punto que no hay un solo día que no termine dándole las gracias al Sagrado Corazón por llenar el mío de tristezas.

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