Mi primera vez

    12 feb 2022 / 16:40 H.
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    Desgraciadamente, los tiempos que corren, no permiten a los jóvenes ejercer la primera de las rebeliones que el humano debería llevar a cabo. Irse de casa es, hoy por hoy, una mala inversión. Las razones que despertaron en mí esa necesidad de marchar, adonde fuera menos a casa, fueron bien distintas y más propias de un niño, que de un adolescente enamorado. Sencillamente, yo creí haber matado. Y no haber matado a un paseante cualquiera (senderista, le llaman ahora). Huelga decir el sentimiento que me invadía y lo fácil que fue para mí darme cuenta de la importancia de la vida con ocho años. De la casa a la carretera, se subía por un camino, pisando bellotas, pinocha, piedras y el agua de los arroyos que lo cruzaban. Y, cómo no, la primera ocupación al llegar arriba era, siempre, tirar piedras hacia abajo. Ella cayó al suelo y vi su cara enrojecida. No lo pensé dos veces. Crucé la carretera y comencé a subir monte arriba. Cuentan los testigos, que pasé tres días y dos noches escondido en el monte. Comiendo flores. Con el tiempo, acepté que la clandestinidad ya estaba dentro de mí cuando tocó ser clandestino. Esa virtud de no temer a lo oscuro se la debo a aquellas noches y, gracias a aquellos días, hoy por hoy, matar me cuesta menos porque todos los montes visten de sangre. ¡Que difícil es ser libre!

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