Mi mamá me mima

    02 may 2021 / 15:09 H.
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    Nos enfrentamos hoy a una efeméride de las que, aunque peinemos más de una edad, nos hacen echar la vista atrás enternecidos y regresar a etapas primigenias, a nostalgias prendidas del recuerdo, a sensaciones que nos envuelven, arropan —nunca mejor dicho— y retrotraen a lo que fuimos y somos. Una fecha como la de hoy, 2 de mayo, tiene resonancias históricas, pero no solo referidas a epopeyas, sublevaciones, o libertad reconquistada. Hoy resuenan en nuestros oídos, en nuestra piel, en nuestros ojos, esos roces, esas miradas, esas palabras que forjaron nuestra propia historia, nuestra identidad, nuestra vida. Y todo eso no es más que un adjetivo que unir, en tierna ligazón, con el nombre que primero aprendimos: Mamá. Y permítaseme la mayúscula en honor y homenaje a la nuestra, a la tuya, a la mía, a las ajenas, a las que alguna vez lo fueron y a las que lo serán.

    Hay momentos en el diario discurrir en que necesitamos volver a aquel claustro materno que nos acogió cuando apenas éramos un manojo de células en busca y captura de una identidad, de una personalidad que nos iría llegando, de una vida solo imaginada a cada latido de su corazón que, acompasado con el nuestro, sonreía a un futuro compartido.

    Y esos instantes en que refugiarnos en su calor, en su ternura, en su fuerza, en su consejo, en su impulso, nos acechan de forma continua independientemente de los muchos calendarios por los que hayamos transitado. Siempre necesitamos el susurro de una madre, la mano de una madre, la mirada de una madre, esa que es capaz de saber y reconocer lo que pensamos por muy dentro que lo guardemos.

    La palabra madre nos hace entornar los ojos y abrir el corazón. Y tanto es así que se le dedicamos a aquello que nos hace sentirnos protegidos, unidos, salvados quizá. La Madre Tierra, la Madre Patria, expresiones que unen ímpetus y generan fervor en quienes somos hijos, hijas, estelas de la sangre compartida, de la vida ofrecida, del amor repartido.

    Quizá nos azora susurrar “te quiero, mamá” cuando, frente a frente, nos la encontramos y nos duele no haberlo gritado más a menudo cuando tuvimos ocasión, generalmente cuando ya marchó hacia el palco celeste desde el que nos sigue animando, mimando, aupando y aconsejando. Gerundios todos ellos a los que las madres son aficionadas de serie aun cuando ya no estén entre nosotros. Felicidades, pues, madres, mamá. Estás aquí al lado a pesar de las distancias del tiempo y del espacio. Estás aquí siempre y lo seguirás estando porque el palpitante cordón umbilical que una vez nos mantuvo unidos en la luz tenue de tu cuerpo nunca se cortó del todo. Hoy me parece más real que nunca aquel poemilla de las cartillas infantiles: Mi mamá me mima. Gracias, mamá.

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