Mediocridad “enCELAÁda”

    04 abr 2021 / 13:54 H.
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    Nuestros ancestros latinos nos pertrecharon de sabias etimologías, aunque hoy en día su estudio esté en ese estadio intermedio entre el abandono, el ostracismo o el más ruin de los desprecios. ¿Estudio? ¿De qué estamos hablando? Se diría que cada gobierno que ocupa las poltronas correspondientes lleva en su más recóndito ADN el deseo de retorcer las leyes educativas hasta acomodarlas a sus no siempre magnánimos objetivos.

    Pero, volvamos al latín. Encelar. Exquisito verbo que nos lleva a terrenos oscuros: encubrir, ocultar, esconder son alguno de sus significados. Aquel “celare” nos sigue fascinando. Y todavía más si le añadimos, jugando no inocentemente con las palabras, el apellido de la insigne abanderada de la última razzia llevada a cabo por la autoridad competente, políticamente educativa, por supuesto, doña Isabel Celaá. Ya tenemos el participio adecuado: “enCELAÁda”. Es decir, escondida, oculta...¿Qué hay de encubierto en este nuevo articulado? Quizá nada. Quizá todo. Bajo el manto de la siempre efectiva y populista mención de arrebatar privilegios nos topamos con perlas de interesante comentario. Quienes hemos dedicado vida y “milagros” a la enseñanza hemos tenido que luchar con el interés desmedido de la superioridad por una idílica igualdad que allane diferencias sobre el papel. ¿Suspender? Vade retro. ¿Primar la excelencia? De eso, nada. El sendero educativo debe ser un campo arado, sin terrones insolentes que se enfrenten a la realidad. Se extiende una capa de corrección política, se cierran los ojos —y los resultados— a posturas que invadan lo previsto y, ¡a correr! hacia el genial mundo del “todo conseguido”.

    Ahora ese horizonte se abre hasta lo indescriptible. No solo se apea nuestra lengua española, apellidada castellana por aquello de no herir sensibilidades separatistas, como vehicular sino que, oh, sorpresa, se llama a la puerta de un “superultramegaguay” artículo que propone... “aligerar el currículo”. Es el fin. La apoteosis de una mediocridad que se diría buscada, la guinda de la tarta nupcial entre la absoluta falta de consenso y el sectarismo que puede colarse por las rendijas de una mal entendida protección social. Superar el Bachillerato con suspensos es ya el sueño cumplido de esos “estudiantes” que solo sobrevuelan su paso por el sistema y de quienes, manteniéndolos en ese limbo, se aseguran su... ¿adhesión? ¿voto? ¿aquiescencia sumisa? ¿Dónde queda la cultura del esfuerzo? Por otro lado, la todopoderosa “inclusión” se lleva por delante los centros especiales. Y se procede a restringir la oferta educativa por ¿espurios? motivos ideológicos. Parece que, al final, no hay gato encerrado ni “encelaádo”. Todo está meridianamente claro. Para nuestra desdicha.

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