Matar al mensajero

27 mar 2019 / 09:03 H.

Si yo fuera empleado de Correos, sobre todo cartero, estaría seriamente preocupado durante esta campaña electoral en la que más de un líder de los partidos que presentan listas están cargando las culpas de sus errores, de su falta de tacto, de sus meteduras de pata a los mensajeros, a los que cuentan estos despropósitos en la televisión, radio o prensa escrita. Los políticos no tienen límite a la hora de tratar de llevar la razón de las sinrazones que pregonan a conciencia o fingiendo que se les escapan. Y cuando escuchan o leen sus desvaríos se revelan contra aquellos que las cuentan. Es cierto que existen empresas periodísticas que tienen su propia línea marcada por un color determinado y apuestan por él. Pero las hay que son libres, totalmente independientes, y juegan limpio, sin favoritismos. Ocurre que existen políticos que sueltan una retahíla de despropósitos que, cuando la ven reproducida, a ellos mismos les rechina. Tratan de desdecirse, de rectificar y, sobre todo, de echar la culpa a quien la ha reproducido, o sea, el mensajero. Y arremeten contra él descarnadamente. Y es el caso que todos los políticos buscan el apoyo de los medios de comunicación, sin los que se dejarían notar poco. Pero no admiten que se diga nada que les pueda perjudicar en sus campañas, casi todas llenas de promesas vacías. El regreso de Pablo Iglesias al plano de la actualidad, tras su permiso de paternidad, se ha hecho notar por sus acusaciones a los medios de comunicación, esos que él tanto utiliza cuando le conviene. El propio Iglesias ha estado años utilizando sus intervenciones en el programa “La Tuerca” para hacerse publicidad.

Tampoco Santiago Abascal se ha cortado a la hora de acusar a la prensa por hacerse eco de algunas de sus desfasadas propuestas de gobierno. Las suyas y las de varios de los incluidos en la lista de su partido. Declaraciones que ya ha costado que alguno sea borrado de la lista. Y lo que está pasando con todo esto es que los políticos están tratando de desviar su auténtica obligación de presentarse con programas serios, bien pensados y argumentados, capaces de levantar esperanzas a tantos millones de personas que esperan soluciones a sus problemas vitales. Y en los discursos no se concreta nada que despierte la ilusión. Yo soy totalmente independiente y como así lo pienso, así lo digo. En lugar de programas que ofrezcan vida se habla de “matar al mensajero”.