Los paisajes del olivar

26 ene 2021 / 17:59 H.
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Y está la pobre Jaén terminando la recogida de las aceitunas y a la vez le da vueltas a otras fórmulas para conseguir ingresos con los que darle de comer a todas sus criaturas (que somos familia más que numerosa). Y sus vecinas del bloque (las del mismo rellano, Córdoba y Granada, y también las de las otras plantas del edificio Andalucía) no paran de darle envidia con sus estadísticas de ingresos por turismo de las temporadas anteriores y sus previsiones de ocupación hotelera para cuando esta situación terrible remita y se reactive al fin la maltrecha industria del ocio. Y Jaén (que se suele tirar las horas de vigilia haciendo números y no le salen las cuentas para llegar a fin de mes) busca en todos los cajones de su patrimonio para ver qué le puede enseñar a la Unesco, que es una señora muy fina y de muchos estudios, que cuando pregona a los cuatro vientos las virtudes de un paisaje o de un enclave, inmediatamente acuden visitantes de todo el mundo para contemplar por sí mismos las maravillas que vocea la susodicha entidad internacional.

Y la verdad es que la cosa funcionó muy bien, años atrás, con Úbeda y Baeza, cuya inclusión en la lista de lugares protegidos supuso un empujón importante para la conservación y la difusión de las maravillas que atesoran las dos ciudades hermanas. Pero la pobre Jaén no para de darle vueltas a su geografía buscando nuevas joyas que proponer a la gran tasadora patrimonial, y más de una vez la ha traído, casi a empujones, para enseñarle su catedral capitalina de la que se siente especialmente orgullosa, pero la entidad internacional, con el ceño arrugado le ha puesto cara de circunstancias y le ha dado una negativa como respuesta. No acaba de apreciar, la Unesco, el enorme valor que posee nuestro gran templo erigido por Vandelvira y compañía.

Pero la pobre Jaén no se desanima, ella es una luchadora. Y sigue dándole vueltas a la cabeza buscando un chispazo que le ayude a paliar su déficit. Y lo hace mientras contempla la hermosa puesta de sol que señala el final de las tareas de recogida olivarera. Y de pronto se le enciende la luz de las buenas ideas. Constata que la maravilla que buscaba la tiene delante de sus propias narices. El ocaso resalta la silueta de la inmensa constelación de troncos retorcidos coronados por galaxias de hojas y de frutos que conforman su particular universo rural.

Y disfruta de una epifanía en la contemplación de sus maravillosas geometrías vegetales, sintiendo el viento salpicando las hojas. Y el paisaje jugando a ser marea, a ser lecho y caudal de verdes olas. Torrente infinito que se extiende e inunda las geografías que se le interponen en el camino, hasta golpear contra el rompeolas de las lejanas
orillas castellanas y de los otros puertos limítrofes. Asombrosa inmensidad de un océano cultivado que nuestra visión es incapaz de abarcar. Edén que atesora el divino néctar. Infinito jardín de sabrosos frutos. Espejismo natural entre verdes dunas. Y otros mil apelativos que se le ocurren a la exaltada Jaén para describir las amplias extensiones de olivos que, entre hipérboles, contempla orgullosa.

Tal vez la exigente Unesco no comparta su admiración por estos incomparables paisajes, pero Jaén se siente ansiosa por recibir visitantes para que sus miradas naden en el mar de olivos.

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