Llegan los villancicos

03 dic 2020 / 17:34 H.
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Seamos positivos a pesar de todo, no queda otra. Tenemos una excusa muy poderosa, los que no somos navideños, ni nos convoca su espíritu, para rehusar acudir a las comilonas familiares. Además, independientemente de las excusas personales, se trata de salud pública. Y no olvidemos el desenfreno consumista, sin duda alguna la peor lectura que de esta efemérides piadosa se puede hacer: un auténtico sinsentido envuelto en papel de regalo, adornado con bolas doradas, y ataviado con los mejores deseos. ¿Hay alguna justificación no ya cristiana, sino natural o lógica de las fastuosas celebraciones de las fechas que se avecinan? No hablemos de los esfuerzos a partir del 7 de enero para recuperar la figura, y perder esos cinco kilos —o más— que habremos engordado a base de bien en pocas semanas. ¡Con lo que cuesta perderlos...! Y qué fácil ganarlos. Este año no habrá comidas de trabajo, esas cenas horrorosas con los compañeros que no soportas, y que te daban noches tan malas, con indigestiones en las que no pegas ojo. Solamente ciñámonos a los hechos, a la necesidad de frenar el virus en las reuniones, que se han demostrado como lugares transmisores por antonomasia. Así que no se hable más. Año ideal por consiguiente para los que todas las navidades puntualmente se quejaban de tener que ver a la fuerza a esos parientes incómodos, que no aguantas de ningún modo, que te revientan, de tener que sufrir conversaciones anodinas, disputas insulsas o sencillamente estúpidas, incluso peleas, con trapos sucios imposibles de lavar, observando impávidos cómo se rememoraban anécdotas irrisorias que a nadie le hacían gracia excepto a ellos, desempolvando asuntos cerrados, rescatándolos sentimentalmente no sé sabe por qué... El horizonte del futuro próximo se presenta halagüeño para esos numerosos grinch que, por una razón o por otra, no les gusta la navidad, no creen que sean momentos especiales, ni que esos encuentros familiares, de amigos o compañeros sean necesarios, ni emotivos, ni siquiera recomendables para la salud psíquica.

Empezando por el alumbrado, por el derroche de luces y energía en un 2020 que es más para olvidar que para otra cosa, cuando se ahorrarían muchísimos dineros —en plural— desde las arcas municipales de los ayuntamientos de ciudades y pueblos, sin obviar el despilfarro desde un punto de vista ecológico... ¿Para qué sirve tanta iluminaria, y por qué no hay una ley que impida malgastar la energía de esta manera tan impune, solo para hacer el juego a una ostentación de cara a la galería y a las grandes empresas de electricidad? A los cristianos de todas las iglesias nada les impedirá seguir celebrando sus fiestas religiosas humildemente con sus buenos propósitos, alrededor de unos modestos y frugales refrigerios. Porque es eso, ¿verdad? Al resto, que son la mayoría, que vayan pensándolo, y que vayan de paso contando las plazas alrededor de esas mesas rebosantes de patas de cangrejo y mariscos, y que hagan sus cálculos y reflexiones, si es que tienen conciencia. La conciencia, esa reliquia del pensamiento burgués y pequeñoburgués imperante. En un mundo despiadado e inhumano, ¿seguiremos cantando hipócritamente villancicos? En un mundo atravesado por una pandemia que ha aumentado exponencialmente las diferencias entre ricos y pobres, ha llegado el momento de cuestionarse seriamente qué es la navidad, y para qué.

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