Las leyes de la frontera

    28 mar 2022 / 16:41 H.
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    La única frontera plausible la conforma el tiempo, que actúa como un testigo que va pasando de una mano a otra, hasta que cae en el olvido. El resto son barreras, vallas, muros, la torpe naturaleza humana, que no se cansa de equivocarse: como Putin ahora, como nosotros a cada rato; porque no solo existen fronteras trazadas con tiralíneas y violentadas por Jefes de Estado, ni de broma: cualquier ciudad y cualquier pueblo contienen varios países dentro, esos estratos sociales que nos distancian de alguien que duerme a apenas un par de manzanas de nosotros y que, en cambio, nos asemejan a otras personas que lo hacen a cientos de kilómetros. De eso va Las leyes de la frontera, la estupenda película de Daniel Monzón, basada en la no menos estupenda novela de Javier Cercas. Confieso que he llorado gracias a ese realismo tan cruel y timorato, porque da igual la ambientación ochentera de la obra, su trama resiste perfectamente el envite de los años y alcanza nuestros días sin inmutarse: con idéntica injusticia. En ella, como en los distintos y numerosos conflictos bélicos que asolan el mundo, aparecen víctimas de primera y de segunda, y pese a lo atrocidad que supone soltar una mano para tomar otra, la sensación que se te queda no termina de ser mala: porque formamos parte de la cadena, porque nos han convencido.

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