Las cosas claras

    10 sep 2021 / 16:02 H.
    Ver comentarios

    Como escritor independiente y sin ningún género de ataduras externas, intento decir y escribir aquello que considero justo y acorde con mi forma de pensar, por la sencilla razón de que he de ser congruente conmigo mismo. Desde el primer momento en que comencé a escribir y publicar, decidí llamar a las cosas por su nombre y no andar preocupado por el qué dirán, aceptando las consecuencias de mis actos y la crítica que cualquiera de mis lectores pudiese expresar, usando de su libertad, tanto sobre la calidad literaria como sobre la validez de mis opiniones. No suelo contestar a las críticas porque no es mi interés entrar en polémicas con persona alguna ni tengo necesidad de ello y además en nuestro sistema de relaciones sociales no suele ser habitual que nadie cambie de opinión en un debate a pesar de lo fundadas que sean las razones que se esgriman para refutarla.

    A raíz de mi último artículo publicado en este diario, titulado “Epítetos sin dueño” han llegado hasta mí algunas opiniones no demasiado ajustadas a la realidad sobre mi intención al escribirlo y sobre el fondo argumental que sustentaba, que no era otro que fustigar a individuos que dicen dedicarse a la política para contribuir al bien común y lo que en realidad hacen es aprovecharse del mal ejercicio de tan noble menester, degradando con ello las instituciones y la consideración y respeto que merecen. Caiga sobre ellos la oprobio y el desprecio de todos.

    Por una vez voy a hacer algunas aclaraciones sobre el sentido de dicho artículo que se centraba en intentar mostrar las miserias que padecemos por el mal uso que hacen algunos de la confianza que en ellos depositamos. Entiendo que esta es una forma válida y por demás útil para defender la democracia, nuestra democracia, porque se trata de poner en la picota a aquellos que la prostituyen, con el fin de que este tipo de gentes, pertenecientes a cualquier partido, ya que esta conducta no es patrimonio exclusivo de ningún partido en particular, sean desenmascarados y expulsados de la vida pública de forma democrática. Para conseguir esta transformación de los perfiles usuales en la escena política actual sería muy conveniente, si esto fuese posible, que se cambiase la ley electoral y no existiesen listas cerradas, sino listas de partido abiertas, de tal modo que los electores pusiesen votar al mismo tiempo, al partido que representa sus ideales políticos y a las personas concretas a las que otorga su voto. No creo que este sea imposible de hacer y desde luego si se llevase a efecto quizás no variasen demasiado los resultados globales de cada partido político y sin embargo después de varios comicios utilizando el sistema si hubiese mejorado la calidad humana y competencial de los representantes elegidos, con lo que estaríamos fortaleciendo el sistema democrático, que sin duda alguna es el menos malo de los sistemas políticos de gobierno, como afirmaba con toda razón el señor Churchill, idea que suscribo sin reserva alguna. Por otra parte son imprescindibles iniciativas tales como limitar el tiempo máximo de ejercicio de cargos públicos electivos a un número determinado de legislaturas o años, incluir en las listas de partido a profesionales independientes de ideología más o menos afín y sobre todo de prestigio reconocido, exigir la dimisión inmediata de aquellos que actúen de forma poco digna, y sobre todo ser transparentes a la hora de informar de aquellos actos que menoscaben la confianza del pueblo en sus gobernantes. Es indudable que asistimos a un desapego, por no decir desprecio de gran parte del pueblo contra la clase política, y este hecho es en mi opinión de una gravedad extrema, asunto de profundo calado que debería de hacer pensar y actuar de manera urgente a todos los responsables políticos comenzando por sus representantes más conspicuos para corregirlo antes de que la descomposición se adueñe del cuerpo social y surjan presuntos candidatos a salvar patrias (no “matrias”, señora ministra). Para una persona que escribe artículos de opinión resulta muy desagradable tener que dar a la prensa un escrito en el que los epítetos más duros cuadran a la perfección con la conducta que observa en algunos de sus representantes, empezando por aquellos en los que ha depositado su confianza y ha votado. Mi artículo anterior era un grito sarcástico y desesperado.

    Articulistas