Lágrimas en la lluvia

22 abr 2021 / 10:41 H.
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Los años sirven para algo, y aportan cosas. No es una cuestión de canas, degradación física, o que sabe más el diablo por viejo. Uno se va encontrando personas en lugares y situaciones, e inconscientemente las clasifica y archiva en tipologías y modelos. Algunos se dedican a acumular sabiduría, pero otros solo se afanan por el poder, una suerte de esfera que acarician con celo y en la que ponen todo el empeño posible. Los años, además de las arrugas que dejan, y que vienen ya de por sí en el contrato, graban lecciones como cicatrices en la piel, y esas son inevitables. Aunque no todo el mundo lee el pasado de la misma manera y, lo peor, tampoco afronta el presente en consecuencia. Ya se sabe, donde dije digo, digo Diego.

Con los años uno va perdiendo cierta capacidad de sorpresa, y eso puede ser un signo de decadencia vital, pero también una respuesta lógica, un mecanismo de defensa. No todo está perdido con el pasar del tiempo porque, si te quita una cosa, a la vez va dejando un sedimento del que sabe disfrutar y ha aprendido, si es que no te has vuelto un amargado. La historia se halla repleta de ejemplos que dan cuenta de los desafectos y los desdenes, recordando “Cómo duele una traición!, que cantara Antonio Machín, canción que compuso el dominicano Julito Deschamps, uno de los grandes compositores en lengua española sin duda, maestro del feeling, junto al cubano Benny Moré, pero también, al igual que este, uno de los grandes olvidados...

Después de todo nos hallamos en la disyuntiva de elegir, seguir replegados en nosotros mismos, o traicionarnos por un puñado de lentejas y fama, invirtiendo los términos de lo que una vez nos sirvió como decálogo, para hacer de nuestra capa un sayo. No hablo ni hablaré de autenticidad, honradez, honestidad o verdad, fantasmagorías nominales que solo sirven para enmascarar tras el humo la miseria humana, esencialismos que disfrazan de voluntad las palabras. No hablo tampoco de simpatía. Basta ya de demagogia. Me refiero a esa lucha —individual y colectiva— en este mundo atroz que no renuncia a los principios éticos, aquella alta idea de justicia y de bonhomía... Lamentablemente también esto acabará convirtiéndose en olvido puesto que, si contemplamos siglos atrás, con solo una mirada somera, ¿quién se acuerda de las buenas intenciones? Ahí triunfaron los aprovechados y los oportunistas. No consuela que también ellos murieran, porque ese destino —como un doble fondo— nos está reservado a todos sin excepción.

Con la frase “siempre ha habido clases” se suelen justificar los pijos de izquierdas desde su comodidad y privilegios. Y es muy fácil alzar la voz entonces para entonar una cantinela de palabritas escogidas con inteligencia y salirse de rositas por el compromiso con la historia, que tampoco les absolverá. La acumulación del poder ni ninguna responsabilidad cívica les eximirá de sus contradicciones y falsedades. Quiero recordar el monólogo final del replicante Roy Batty (interpretado por el inolvidable Rutger Hauer) en la película Blade Runner (1982), de Ridley Scott, de la que el año que viene se cumplirán cuatro décadas: “Yo he visto cosas que vosotros no creeríais. Atacar naves en llamas más allá de Orión. He visto rayos C brillar en la oscuridad cerca de la Puerta de Tannhäuser. Todos esos momentos se perderán en el tiempo, como lágrimas en la lluvia”.

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