La tormenta perfecta

26 feb 2022 / 16:26 H.
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N o le falta razón al sector agrícola para echarse a la calle y reivindicar soluciones por la grave crisis que vienen padeciendo. En el campo una mala tormenta es justamente la que no deja agua y ahoga las expectativas de negocio.

Por mucho que se saque de la rebusca, la producción de aceite en la provincia de Jaén para esta campaña será inferior a la del año anterior. Los jornales empleados en la recogida, que suponen un 50% de los requeridos para un año, también se han visto reducidos, pero no así los costes de mantenimiento de las explotaciones.

La recientemente aprobada reforma laboral prevé la desaparición de los contratos temporales tal y como se venían utilizando hasta ahora. Antes se distinguían dos contratos temporales, los eventuales por circunstancias de la producción y el contrato de sustitución. Ahora, cuando un trabajador tenga un contrato temporal, tendrá una duración máxima de 90 días, cuando las causas sean previsibles como es el caso de la campaña de recogida. Pero por muy previsibles que sean estas causas no se podrán utilizar de manera continuada. Lo que más preocupa en el sector es cómo articular la relación laboral en aquellos casos que superen los tres meses, es decir, si se reengancha en otras labores de mantenimiento. La explotación se habrá de acoger a relaciones laborales indefinidas precisamente cuando el panorama no se dibuja precisamente con tonos de estabilidad.

A esta inquietud se le une la obligatoriedad que se exige por parte de la Seguridad Social de cotizar en el Régimen Especial de Trabajadores Autónomos a los titulares de la explotación. La norma es contraria al sentido común cuando obliga a un pequeño productor, ocupado no más de algunos fines de semana al año, a darse de alta como autónomo del campo por muy jubilado, o empleado que fuere. Y todo apunta que la base de cotización no podrá ser la mínima, sino que iría en función de los ingresos, apretando a las explotaciones más profesionalizadas.

El azote de la inflación ha sido especialmente pernicioso en el campo. Todo empezó con algunas materias primas, pero hoy ya es generalizado. El acero, utilizado en maquinaria e instalaciones, ha cotizado descontroladamente con repuntes de más de un 25%. Hasta los tractores y otros elementos de tecnología avanzada han sufrido la crisis de escasez y sobrecostes de los microchips. El gasóleo agrícola se ha incrementado en un año en un 71%, y la electricidad utilizada en comunidades de regantes y almazaras se ha disparado un 300% en pocos meses. La cotización de los fitosanitarios también machaca las explotaciones con subidas de más del 80%. Nos enfrentamos a este fenómeno mundial denominado inflación, desde hace tiempo olvidado, y que sería soportable si fuéramos capaces de repercutir sus efectos en el precio de venta, pero donde menos se consigue esta sensibilidad es en el sector de la agricultura dominado por la cadena de distribución, y del que tanta dependencia tiene la economía de nuestra provincia.

Quizás sea el momento de aprovechar la reestructuración que dicen debemos implantar con los “Fondos Next Generation” para resetear nuestro modelo de crecimiento, y procurar una mayor participación de la industria en nuestra economía, arriesgando si, pero sin depender tanto del cielo.

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