La pandemia de la soledad

    14 abr 2021 / 10:38 H.
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    Cada vez se habla más de la nueva pandemia, la enfermedad silenciosa que invade muchos de nuestros hogares, la soledad no deseada. El número de personas que se sienten solas no para de crecer y el confinamiento ha agrandado más aún el problema. Si bien no es lo mismo vivir solo que sentirse aislado, los datos son preocupantes. Según el INE, cinco millones de personas viven solas en España, de las cuales dos millones tienen más de sesenta y cinco años. De todas ellas, un diez por ciento reconoce pasar solas todo el día, y un veinte por ciento comunica no tener amigos con los que compartir su tiempo. La carencia de contacto social es un factor de riesgo para la salud que provoca aislamiento, deterioro cognitivo, exclusión social, estereotipos de la vejez y graves problemas psicológicos, como la depresión, la ansiedad y el suicidio. Esta situación, que nos afectará durante bastante tiempo, comienza a preocupar a los gobiernos. En Japón, donde existen compañías que se encargan de limpiar domicilios de personas que aparecen muertas y que pasan muchos días sin que nadie las reclame, se ha creado recientemente el Ministerio de la Soledad; y en Reino Unido, una Secretaría de Estado destinada a luchar contra esta nueva pandemia. En España, el Gobierno de coalición incluye en su pacto la aprobación de una estrategia frente a la soledad no deseada pendiente de desarrollo. El contacto social es fundamental, las familias deberían hablar más de lo habitual y de pasar más tiempo con sus mayores, necesitados de desahogarse y compartir emociones. Lo ideal sería encontrar un tiempo para pasear con ellos al aire libre, ahora más que nunca, para liberar la ansiedad acumulada en el confinamiento por el miedo al contagio y el agotamiento emocional. Aunque son tiempos complicados para reuniones con familiares y amigos y para la celebración de eventos sociales, empiezan a aparecer colectivos de voluntarios de barrio como “grandes amigos” que tienen una gran sensibilidad intergeneracional y que establecen turnos para atender a personas mayores que viven solas y presentan necesidades. Lo peor no es morir solos, lo peor es morir excluidos y de pena.

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