La ola que regresa

11 mar 2021 / 13:51 H.
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Leo ávidamente la prensa buscando noticias sobre la vacuna. Avances, retrocesos, cifras de contagios, incidencias, decesos. Los gráficos de la evolución, las estadísticas por países, por sexo, por edad. Novedades de toda índole y tipo, curiosidades incluso. Así pasan las olas y los días. La primera ola, con aquel parón inaudito en la historia de la humanidad, obligando a los negocios a cerrar, y a quedarnos en nuestras casas, ofreció cierto relax en los meses de verano. Resulta complicado —todavía hoy— pensar que no pudimos ni poner un pie en la calle durante más de un mes, ni siquiera a estirar las piernas. Una situación inconcebible e inexplicable. Pero pasemos a la segunda ola, que pensábamos que no llegaría, o que se iba a controlar tras el verano, cuando vimos con estupor que en octubre la gente salía desaforadamente sin medidas, y las autoridades no frenaban las aglomeraciones en bares y restaurantes, pero sobre todo discotecas. ¿Quién daba crédito a sus ojos? Al debate absurdo sobre las celebraciones de la navidad le sobrevino la tercera ola, de la que apenas estamos empezando a salir, cuando de nuevo se atisba la relajación, las terrazas a rebosar de gente que parece que no ha salido nunca a beber y comer, como si se fuera a acabar la cerveza y el vino, abrazos, besos, reuniones clandestinas, cachondeo por la mascarilla, como si llevándola se nos fuera la libertad, la tan sobada libertad. Y las olas se van superponiendo como en estratos.

Hagamos un breve recuento. La farmacéutica estadounidense Pfizer, que posee una filial alemana llamada BioNTech, lideró la carrera de los sueros. Si bien esto del capital se halla muy desterritorializado y no va por países, hay algunos resabios geopolíticos que todavía se aprecian. Los chinos, ya se sabe, gozan de su propio mercado, y nadie les recuerda. Luego vino Moderna, que se presenta con un solo nombre, lo que facilita que no nos confundamos, aunque con AstraZeneca vuelven los líos, pues también se llama Oxford, por la Universidad. Pronto se sumará a esta lista Johnson & Johnson, sí, la misma del champú, quién lo iba a decir, con su filial belga Janssen. Y con otras como la rusa Sputnik V —recordándonos a la perrita Laika y Yuri Gagarin— hay quien bromea porque quisiera al mismo tiempo un chupito de vodka de degustación. El embrollo absoluto, sin embargo, reside en las dosis, no solo en las que nos tenemos que poner, sino en las que nos tocarán, cuándo llegarán, edades o profesiones, las que se han recibido o se han administrado. De doble dosis —con cuántas semanas entre medias— o monodosis, los grados para su conservación... Por último, en esta apresurada ensalada de nombres y datos, no me olvido de las variantes, con las que también me pierdo. Cepa británica, californiana, brasileña, sudafricana... que me hagan un croquis. Primero dijeron una cosa, después se rectificó, ampliándose, compraron más y se redoblaron esfuerzos, con problemas incluso de jeringuillas. Sea como sea, los ricos, EE UU, Israel y Reino Unido, van a su aire en el camino de la inmunización de rebaño. De su rebaño. Pero no sé si las olas del coronavirus son las peores. Como escribió magistralmente Fabio Morábito en unos versos suyos muy conocidos: “cuídate de las olas/ retóricas y viejas,/ de las olas con prisa,/ y la peor de todas,/ de la ola asesina,/ la ola que regresa”.

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