La luz en la montaña
Los montes de Judea se vestían
de estrellas, de plata de luceros
se teñían sus manos. El viento
era un susurro, como si las alas de miles mariposas batieran el aire en sus danzas de cortos vuelos y bellas
creaciones. La tarde se iba alejando
poco a poco, y poco a poco el claro firmamento transformaba su rostro. El negro terciopelo salpicado de estrellas era el gloria de un palio de esperanza. Un rumor de jacintos destilaba la
noche y blancas azucenas derramaban su aroma. Una estrella brillaba titilando aleluyas, sus compases de luces encendían el cielo, cerca de la montaña
venía al mundo la luz. Rompió su
llanto el silencio cuando en la noche santa nos nacía un Lucero, un clavel
de consuelo... un poema de estrellas
recitaba la noche mientras la más
dulce ternura se veía en los ojos de Aquel que moraba ya entre nosotros. Todo el espacio se iluminó de Dios,
una música suave envolvía con sus
notas la dulce madrugada. La paz se derramaba y se hacía presente, como el humo
del incienso aquel lugar sagrado se envolvía en su aroma. Oh, dulce noche, oh excelsa
madrugada, de poéticos sones, de ternura infinita, en tus manos dormidas Dios, hombre entre los hombres. En sus ojos de
luz despertaba la vida. Oh, noche, nos
lo diste, oh amable madrugada, de
aromas y de sueños, de poesía que entonaba un himno de caricias entre estrofas de besos. Qué verso recitaste, qué
canción soñadora, qué silente armonía, qué tierna melodía, antes de que la
aurora volviera entre sus luces, la luz
en la montaña lucía entre resplandores. El amor deshacía su aroma entre las
flores. “Al verte, Jesús mío, y contemplar tu rostro, hoy mi alma
se postra en tu dulzura, en tu paz, en tu luz y
en tu ternura”. Como aquellos pastores que
tuvieron la gracia de poder contemplarte. También puedo
sentir tu aroma de jazmín que me
enamora. Y hoy siento esa noche serena de estrellas y luceros. La luz bajo
los montes de Judea, una noche de
aromas de azucena.