La distopía ya está aquí

07 may 2020 / 16:28 H.
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Algunas cosas que suceden en los últimos meses no se comprenden demasiado. Evidentemente el virus ataca y la gente muere, sobre todo ancianos y personas con afecciones médicas o sistemas inmunes deficientes. Las muertes están ahí y son indiscutibles. Sin embargo, la significación distópica última de esta crisis sanitaria, da que pensar. La distopía ya está aquí. La incertidumbre, las incógnitas y la estupefacción campan a sus anchas. La improvisación es la tónica general. Hay muchas cuestiones que hacen saltar las alarmas, dentro a su vez del estado de alarma, y aunque la mayoría se mueve como borregos, gregariamente, no deja de escucharse un runrún entre bastidores. La llamada “nueva normalidad” debería llamarse “otra normalidad”, porque se sabe que todo lo nuevo acaba pronto convirtiéndose en viejo y, porque, de igual modo, todos los “neo” aplicados como prefijos a cualquier palabra, terminan anquilosándose y perdiendo sentido, acartonándose desde sus estrechas miras léxicas. Pudiera parecer que estas objeciones son puramente nominales, pero no, por supuesto que no: no es ningún misterio que la conexión del lenguaje —y su capacidad cognitiva— con la realidad se erige como vínculo decisivo, creador de realidad, pues mientras que no pensemos las cosas, estas nunca sucederán.

No voy a abundar en lo que significa “normalidad”, la otra parte del sintagma aludido, porque es un término tan escurridizo que hasta da dentera usarlo sin precaución, sin las comillas necesarias, subrayados o negritas. Y la sensación que tenemos es que no se ha medido su repercusión para implantarlo, frente a otro concepto menos espinoso como “cotidianidad”, que sería el ideal en este caso. ¿Qué diferencias hay entre normalidad y cotidianidad? Vayan pensándolo, el asunto no es baladí; porque si de algo no hay duda alguna es que el sujeto cotidiano contemporáneo rompe con las reglas de juego impuestas por la ideología del poder. Ese sujeto que tiene que pagar sus facturas con dificultades y hace cuentas mes a mes, y que no es hijo de papá.

Por otra parte, lo que se ha destapado escandalosamente, con toda su marca ideológica en la era de la disolución de las ideologías, es el problema de la intervención pública del Estado. Aquellos países que alardean de no intervenir, EE UU, Reino Unido o Brasil, por poner ejemplos señeros de políticas ultraliberales, ahí muestran impúdicamente los datos de las muertes y los contagios. Un estruendoso fracaso. Y hay países que los imitan, con la consiguiente paranoia colectiva y medidas extremas que, en muchos casos, no sabemos bien a dónde llevan. Bueno, miento: sí sabemos a dónde, a que los de siempre se ajusten el cinturón. Sí, sí, los de siempre de toda la vida... Porque las elites van a seguir pidiendo sacrificios y predicando con palabras bonitas, por el interés de todos, invocando a la santa Ilustración, para defenestrarla una y otra vez. Esos mismos burgueses que no van a la tienda a comprar, ni limpian el váter, el suelo o quitan el polvo; que no se mezclan con el populacho —qué vulgaridad— y a los que una asistenta les asiste en la casa y la cocina. Pero, ay, no, hoy tómate tu día libre. Ya cocino yo algo sencillo, cualquier cosa que encuentre... ¡Qué generosidad! Esos privilegiados con las tripas renegridas y la conciencia a nivel de las alcantarillas: no sé cómo pueden dormir por las noches.

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