La cultura, segura

18 mar 2021 / 10:56 H.
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Con la pandemia del coronavirus, ya se sabe, lo que más hemos aprendido en este año de precariedad ha sido a manejarnos mejor en el mundo informático, a utilizar herramientas digitales que antes desconocíamos, o no nos hacían falta, y a desarrollarnos como sujetos virtuales de presente. La pantalla se ha instalado en nuestras vidas a veces con preocupante premura, y de lo líquido de esta modernidad, que diría Bauman, que nos zarandea de un lado a otro como peleles, hemos pasado a lo gaseoso de lo cibernético, sin pasar por lo sólido de la carne y el hueso, como escribiera Berman.

De entre tantísimas cosas que se han resentido, la cultura es sin duda de las actividades que más está sufriendo. O sea, que a la dificultad habitual de arrastrar al público, ahora hay que sumarle el miedo a este virus maldito. Me consta que muchos artistas e intelectuales —que subsistían con sus “bolos”— lo están pasando mal, sin recursos, y eso que, como argumentó Bourdieu, se trata de capital simbólico. Desde el año pasado a este, se han suspendido casi todos los eventos, actos, festivales, conciertos, teatros, cines... Se cancelaron sine die. A duras penas han sobrevivido algunos carteles entre restricciones, complicaciones de horarios, adaptaciones de espacios, protocolos y distancias de seguridad, medidas de todo tipo y supresión de locales que no daban la talla, o simplemente porque la situación no lo permitía, adaptándose a lo que buenamente se podía. Pero todo se ha realizado con éxito, y no ha habido ningún caso de transmisión de virus en exposiciones de pintura o fotografía, en conciertos o en lecturas de poesía. Ni en presentaciones de libros. Ni en conferencias... Ciertamente el lema que se promovió, cultura segura, no puede resultar más apropiado. Porque me gustaría subrayar que no hay público más responsable y concienciado que el que acude a eventos culturales. No digo que sea santo, sino que ese sector ha desarrollado una preocupación social especialmente sensible a los problemas colectivos, en unas décadas donde el individualismo más ególatra y egoísta se ha convertido en la peor lacra o, con otras palabras, tan nocivo como esta pandemia. En este marasmo neoliberal y salvaje donde las relaciones se han vuelto intereses, donde más que nunca hemos perdido el contacto humano, desvitalizando hasta el nervio de la amistad, y donde ni siquiera sabemos identificar esos valores que nos definen, hay todavía instituciones que funcionan redoblando sus esfuerzos para ofrecer cultura segura, universidades, ayuntamientos, diputaciones, manteniendo en estos meses de calamidad actividades que aporten su granito de luz y esperanza a este páramo.

Así que hoy quisiera lanzar un brindis y un caluroso reconocimiento a esos trabajadores y gestores, mujeres y varones, que sostienen la estructura cultural de nuestras plazas, tribunas y salas, y que luchan denodadamente para que sigamos adelante a pesar de los pesares, como las librerías, a las que incluyo innegablemente, y en general cualquier programación cultural, que debería declararse —mediante ley— servicio esencial de primera necesidad, para moverla y promoverla en estos tiempos extraños que nos ha tocado vivir, y que esperemos que de aquí al verano mejore, y retornemos a la bendita normalidad. Ay, a la aburrida rutina, ay, a la monótona cotidianidad. Qué tiempos aquellos.

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