La compra del jueves

    09 jul 2020 / 16:39 H.
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    Rosarito conoció al señor de Sigüenza una tarde de sábado en la cafetería Capitol. Había ido a comprar pastas para la abuela, que estaba mal de las piernas y no salía de casa. Aquel día ella tenía el guapo muy subido; y el tipo de Sigüenza toda la pinta de un señor cabal, de los de antes. Rosarito conoció tarde que el maduro, de buen ver y próspero comerciante en lanas, también era un hombre casado y padre de familia. Tarde, porque había tenido dos faltas cuando lo supo. Cogió una llantina de semana. Acabado el duelo, negoció con él que, para lo que ya venía en camino, escriturara a su nombre un piso bien grande que estuviera cerca de Sol. Él cumplió con lo dicho y desapareció. Doña Rosarito presumía de conocer a los hombres. Afirmaba que todos (por el único con el que había tenido trato) eran unos cerdos; y que en su casa (Pensión Carmen) no consentía indecencias. A pesar del rigor con que trataba la moral y la decencia, todos los jueves sin falta, doña Rosarito y Mario, el cocinero de la pensión, pasaban el día en Segovia con la excusa del aprovisionamiento de carne. La verdad es que no siempre compraban, sino solo algún que otro jueves y por mantener las apariencias.

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