La belleza de Frigiliana

    16 jul 2021 / 17:08 H.
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    U sando términos televisivos, diré que no es igual leerlo en diferido que verlo en directo y con nuestros propios ojos: la belleza de Frigiliana, un pueblo de la Axarquía malagueña que me sorprendió gratamente, pues la belleza entró por el ventanal de mi retina. Aquí el jazmín tempranero, llamado por estos lares axárquicos, olorosa biznaga, el colorido rojo-morado de la exultante buganvilla o la albahaca penetrante en los sentidos y pensamiento, son motivos más que suficientes para soñar bien despierto en estas latitudes mitad marineras y serranas. Macetas y macetones por doquier. Un cielo azul Murillo le da viveza a mis ojos. Aún sigue intacto aquel genio donde la caña de azúcar es transformada en rica y moruna piel de caldera, aquella delicia que mi madre untaba en las gachas de harina y tropezones de castañas. Sí, y con esto no quiero hacer la pelota a nadie. Frigiliana no solo merece el más tierno beso, sino una visita sin mirar las manecillas del reloj. Frigiliana es una postal permanente. Sus casas son tan blancas como la nieve recién regada por el cielo. Paisajes en lontananza y omnipresentes dignos para escribir el mejor de los poemas. Calles empinadas o recostadas en las bajuras, ya digo que rodeadas por el paraíso de las castas flores, entre ellas los perfumado jazmines, o sea, las biznagas malagueñas.

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