Juventud, divino tesoro

08 ago 2019 / 09:56 H.

No hay crisis, y que nadie se asuste. Ni en las noticias de los telediarios, ni en los titulares de los periódicos, ni en las conversaciones en las calles, en los bares o en los bancos de las plazas o los parques, se habla ya de la crisis. Por aquí se me fue, por aquí se me vino, ¿dónde está la crisis? 10 años después de que comenzara y se destapara la caja de Pandora con las tormentas, el regusto que ha quedado es muy amargo, y no hay manera de entender lo que sucedió a no ser con el rabo entre las piernas, saliendo de puntillas por la puerta de atrás cabizbajos, tratando de explicarnos o respondernos a nosotros mismos que el mundo siempre ha sido así, que los ricos siempre fueron ricos y que los demás ahí nos quedamos, mirándonos los unos a los otros con cara de bobos... De un modo u otro, el nivel adquisitivo de los jóvenes menores de 35 años ha descendido mucho más en proporción que otros sectores sociales tras la crisis. La juventud —efímera y volátil, ya se sabe— perdió su valor para convertirse en un vaivén, en una brisilla que no mata el calor, en un concepto vago que más que sumar, resta. A mis 45 años todavía hay quien me dice que soy joven, y me hace gracia esa mirada paternalista. En una sociedad que vende la juventud como otro producto más, apenas se alcanza a comprender lo que significa para que no se nos escape de las manos su fugacidad. El toscano Dante Alighieri (circa 1265-1321), que escribió su Commedia a los 35, hoy sería un egregio becario... Cuando te das cuenta, dejas de ser joven, y ahí comienza de nuevo la penitencia, esta vez desde la barrera, desde el otro lado del juego, cuando la madurez te ha pintado las canas. Bueno, es la ley, y mejor que sea así. Mejor acabar viejecito y arrugadito en tu sillón, paseando por el bulevar, tratando de sostenerte dignamente y reflexionando sobre la existencia, mirando a la Pelona de reojo. El checo-austriaco Rainer Maria Rilke (1875-1926), uno de mis poetas favoritos, pasó parte de sus últimos años meditando —con gravedad clásica— sobre la muerte, uno de los temas centrales en su obra. Murió por leucemia, pero me llama la atención si merece la pena pensar en la muerte, ya que ella no piensa nada, simplemente actúa. Sería mucho más productivo pensar en la vida. Por eso me preocupan los jóvenes, ese estrato social tan traído y llevado, que no consiguen emanciparse, con contratos precarios y que apenas disponen de unos billetes para divertirse los fines de semana. En los 70 y en los 80, sin embargo, el horizonte de progreso y seguridad del Estado del Bienestar fue bien distinto, y con menos de 30 años se podía tener una vida bien encarrilada. Hoy, en cambio, como todo el mundo sabe, no hay crisis, pero los alquileres suben como la espuma, igual que el precio de la vivienda para comprar: los salarios basura no dejan margen... Otro gran poeta también de mis favoritos, el nicaragüense Rubén Darío (1867-1916), muerto por una cirrosis hepática derivada de su alcoholismo, al escribir los célebres versos «Juventud, divino tesoro, / ya te vas para no volver», supo en lo que se estaba volviendo este mundo frenético, al ver la aceleración de la historia y lo deprisa que se vive y con tan pocos valores. ¡Velocidad! Por cierto, ninguno de los dos, ni Rilke ni Darío, recibió el Premio Nobel, y sí José Echegaray en 1904, o Jacinto Benavente en 1922. Ironías.