Divino Tesoro

    08 ago 2021 / 16:07 H.
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    La juventud ha sido una de las categorías sociales que más tarde se incorporó a lo social. Su carácter controvertido y ambiguo y las enormes diferencias por edad, género y clase no son exactamente lo que con claridad se necesita para entender la sociedad. A esto le tenemos que sumar que en su construcción se incorporaba un carácter de rebeldía desproporcionado y trágico. En la idea de pandemia que hemos terminado por manejar la juventud parecía que sólo es portadora y, por eso, había que controlarla, ahora que por ellos mismos, en el nombre de la economía y de la supuesta armonía familiar hemos soltado a los jóvenes, cual jauría necesitada de libertad, lo que ha supuesto un recrudecimiento de las condiciones sanitaria. Pero el problema no es sólo la aparente inconsciencia de la juventud, sino que la gestión política de todo esto se ha hecho en un lenguaje violento, dual y belicoso; y los jóvenes se han convertido en el mal absoluto, en la nueva manera de vivir al margen. Nada más lejos de la realidad. La juventud es un concepto, no una gente que hace tal o cual cosa, de hecho: ¿cuántos jóvenes de 75 años se nos murieron el año pasado sin que hicieran fiestas o se lo pasaran a lo grande? Los jóvenes de 18 años sólo son parte de una estrategia productiva y como el resto de la sociedad una pieza más de un ajedrez político ajeno y distante.

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