Jugada magistral

01 dic 2017 / 09:41 H.

En España no se mide el patriotismo de los partidos por la contribución de esas fuerzas políticas al bienestar o a la defensa de los intereses de la mayoría de la población. Los patriotas no son aquellos para los cuales la calidad de vida y bienestar social de la gran mayoría es el tema más importante. A estos se les denomina radicales, antisistema. Al parecer los patriotas de verdad son aquellos que no ponen especial interés en defender los intereses de la inmensa mayoría, sino aquellos que en Cataluña y España han demostrado ser los más corruptos y los que han aplicado las políticas antisociales que han causado la gran crisis social. Llama la atención que los dos partidos políticos, de la misma familia conservadora y neoliberal, que aprobaban de la mano en las Cortes Españolas esas políticas antisociales, sean los que lideran esta crisis nacional que han convertido en monotema. Nacionalismo españolista acaudillado por el PP frente al nacionalismo catalanista encabezado por el PDeCAT. Patriotas todos. Luego tenemos a los subalternos, el PSOE y ERC, que se dedican a apoyar el 155 a un lado del Ebro y la independencia unilateral al otro lado del río. Convirtiéndose ambos en piezas clave en ambas orillas.

La jugada magistral en este nuevo proceso de derechización de nuestro país es la de cambiar el centro de atención de la crisis social hacia una crisis nacional. El conflicto desplaza su eje hacia otro lado. Al igual que se desplaza el centro de atención y se oculta tanto la corrupción masiva de estos dos partidos, como su responsabilidad en la aplicación de sus políticas neoliberales que han causado esta gran crisis social. Se han creado las tensiones, se ha centrado el debate político en el conflicto minuciosamente diseñado por estos dos partidos que coinciden en sus políticas económicas y sociales, y para ellos ha sido un triunfo. El éxito no solo se resume en silenciar y cubrir la enorme crisis social y la masiva corrupción, sino también en volver a distanciar a la población de sus políticos a través del descontento, la apatía y la desconfianza que tanto favorece la abstención y que, como siempre, beneficia a los artífices de esta maniobra de distracción. El debate no se centra en el millón setecientos mil jóvenes que han abandonado nuestro país en busca de trabajo, somos el país del que más jóvenes emigran al año. Tampoco se centra en ese treinta por ciento de españoles que están en riesgo de pobreza ni en ese cuarenta y tres por ciento de desempleados que llevan más de un año en paro y buscando empleo. No se habla de la precariedad laboral, de la bajada de la tasa de ocupación, de la temporalidad en los nuevos puestos de trabajo, del alarmante aumento de las desigualdades. El nivel de deterioro del bienestar social de la mayoría de la población y su calidad de vida no merece por parte de los medios en nuestro país la cobertura principal, tampoco ocupa el debate político ni es el principal elemento del discurso. El tema, el problema de nuestro país, es el conflicto entre el nacionalismo catalanista y el nacionalismo españolista. Conflicto liderado por los dos partidos que están siendo investigados por casos de corrupción que supondrían financiación ilegal dentro de CDC con el caso Millet o el caso Gürtel con el PP. O dos partidos que desde sus gobiernos han impulsado reformas laborales, fiscales, presupuestarias, además de las leyes que han llevado a las políticas de recortes del gasto público social cuyas consecuencias conocemos todos y cuyo resumen es la crisis social de la que quieren desviar la atención.

Este patriotismo, su elevada corrupción, sus dejes totalitarios, su provincialismo, su movilización nacionalista excluyente desde ambos partidos para esconder sus políticas antisociales e impopulares, el utilizar ambos estados para resolver problemas políticos como si fueran problemas de orden público, su obsesiva y enfermiza hostilidad hacia cualquier partido de izquierdas contestatario del régimen bipartidista actual, no son más que la muestra de su escasa cultura democrática heredera de otros regímenes.