Jaén, mi tacita dorada

23 feb 2019 / 11:07 H.

Silencio, silencio, silencio... que esto es Cai, Cai. Si no se te levanta el vello esto es lo que hay”. Es una frase de la comparsa “Los Vikingos” de Joaquín Quiñones en 2003. Al escuchar el tanguillo de Julio Pardo “los Colores de Cádiz” se te encoge el alma, emocionado al ver cómo le cantan a su tierra los del coro “Vamos a la Ópera”. “La tacita de Plata”, “la Perla de Andalucía”, “La ciudad de Hércules”, “Cuna de la Libertad”, “Cuna del Liberalismo”, Cádiz, “Ciudad de la gracia”. Llega el mes de febrero y la ciudad gaditana se inunda de piropos a su tierra y a sus gentes, y todo ello perfectamente empaquetado en diferentes capítulos televisivos para toda Andalucía. Me estremezco por su belleza, pero también de envidia. No hay mayor promoción para una tierra que la de sus propios habitantes. Que la quieran, que lo pregonen en voz alta, y que los medios públicos la difundan en horario “prime time”. El carnaval se presenta como un periodo de permisividad y cierto descontrol ante la llegada inminente de la reflexión y la penitencia que impone la cuaresma. A lo largo de la historia ha evolucionado de forma diferente en determinadas zonas y se defiende como la expresión más espontánea y crítica de un pueblo libre, aderezado de sátira y humor. Si además va acompañado de arte musical y estética transgresora más refresca e ilumina. En Jaén necesitamos mucho de todo lo que supone el Carnaval. El nuestro apenas subsiste en un certamen con gotitas de difusión, y en la calle un silencio solamente roto el viernes por la algarabía matinal de un desfile de escolares disfrazados. Nadie ha callado el carnaval de Jaén más que nosotros mismos. Este silencio en carnaval es el síntoma de una actitud que delata conformismo, victimismo y un poco de derrotismo. Calificativos que últimamente se han unido en exceso a nuestra provincia. Si dices que somos el equipo de fútbol más goleador a nivel nacional, es porque jugamos contra los malos. Si subrayas que esta campaña rozaremos el récord histórico de producción de aceite, se preguntan que por qué está tan barato. Si conquistamos mercados internacionales, es porque tiramos el precio. Si el tranvía anda en todas las ciudades y en Jaén está en cocheras, pues será por algo, sin entrar en detalles. Y así, si hace un tiempo primaveral, menuda sequía tenemos encima. Que mi hijo trabaja en Martos, cuanto podría estar en Frankfurt. Que esto no hay quien lo cambie, y que esto es lo que hay, que se entra llorando y se sale pitando. Nos falta la expresión más valiente y humana del amor hacia nuestra tierra. Necesitamos voluntarios para despertar el Carnaval, una misión renacentista impulsada por personas optimistas, porteadoras de alegría, comerciales que contagien autoestima y que griten por las calles oscuras, “Jaén, te quiero, te reclamo y te trabajo de noche y de día”. Que nos vean agrupados, como coros coordinados, en defensa de lo nuestro, y con la advertencia de que ni se acerquen si vienen a robarnos. Y cuando en Jaén se sufra, la maltraten o la ninguneen, que se enteren en Sevilla, en Madrid y en Bruselas, que ya está bien de secarnos las lágrimas con la cabeza gacha. Si eres de los nuestros únete a esta comparsa, y no olvides que estás pisando tierra de batallas, donde frenamos a invasores, donde se cría el mejor aceite, esta tacita dorada, donde vamos a dar la caña. Aunque algunos sigan diciendo, “este finde nos vamos al Nevada”.