Incertidumbre

12 sep 2020 / 16:09 H.
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La pandemia que sufrimos ha paralizado el mundo y ha ralentizado enormemente la actividad humana, aunque no ha sido así en todos los ámbitos. La naturaleza sigue su curso y las plantas siguen brotando en la primavera y los fenómenos meteorológicos siguen su curso normal como tantas otras cosas. Somos las personas las que estamos cambiando por el miedo que nos genera el dichoso virus y por ende las instituciones de las que formamos parte. Las medidas de confinamiento tomadas en nuestro país han generado nuevas realidades y retos para el sistema educativo a los que debemos enfrentarnos sin dilación. Finalizábamos el curso escolar con los centros cerrados y con la puesta en marcha de estrategias emergentes para tratar de ofrecer respuestas a la educación del alumnado, aunque aún no tengamos datos sobre la eficacia y eficiencia de las mismas. En un primer momento, la preocupación se centró en el ámbito sanitario con una ingente cantidad de información desde opiniones a veces contradictorias, cuando no poco contrastadas, a las que asistíamos atónitos y temerosos desde nuestros hogares.

Con el eufemismo de la “nueva realidad” comenzamos a salir del confinamiento y se fueron apagando los aplausos vespertinos a los sanitarios y la preocupación se centró en la recuperación económica. En Educación parece que ya habíamos salido del paso y apenas nos dimos cuenta de que el curso escolar había finalizado pero no pensamos que el curso tenía que comenzar de nuevo. Y ahora que comienza surge la incertidumbre sobre qué se va a hacer ante un aumento del brote. ¿Mandamos a nuestros hijos a las escuelas? La educación es un derecho y una obligación pero las autoridades deben posibilitar que la vuelta a la actividad se lleve a cabo en las mejores condiciones y con los protocolos adecuados. Los sistemas educativos los hacen mediocres los políticos y los hacen buenos el profesorado y el alumnado sobre los que finalmente van a recaer las responsabilidades junto con las familias.

Pero ¿por qué se ha generado la incertidumbre? Son muchos los factores que han influido aunque podemos centrarlos en dos dimensiones fundamentales. La primera, desde el punto de vista sanitario, tiene que ver con el temor al contagio y la ausencia de protocolos claros de los que las familias no han sido debidamente informadas, entre otras cuestiones, porque los centros educativos han estado cerrados desde marzo y, en ese periodo, las autoridades educativas han perdido un tiempo precioso para prever y anticiparse a una segunda ola del virus. La falta de previsión y de información genera incertidumbre en las familias y también en el profesorado. Una segunda dimensión tiene que ver con la organización de los centros para hacer frente a las consecuencias de la pandemia, y no me refiero únicamente a salvaguardar las distancias físicas en el espacio escolar, sino a elementos importantes como la ratio de alumnado por aula, las necesidades de contratación de profesorado, la reestructuración de los recursos, los cambios en la metodología de aprendizaje, el posible cambio de los horarios, entre otros muchos. Esta falta de previsión es lo que genera incertidumbre y la interrogante de si llevar a los niños a la escuela o no. Las familias no tienen información, ni el profesorado. La comunidad educativa, en general, no tiene información.

Lo más cruel es que la única medida que se tiene prevista, en caso de contagio, es el confinamiento de las mismas e incluso del centro en su totalidad. Pero ¿dónde dejamos el aprendizaje en ese posible periodo? ¿Cómo vamos a atender al alumnado con necesidades educativas especiales? ¿Qué pasará con el acoso escolar? La incertidumbre está presente pero debemos llevar al alumnado a los colegios para no reproducir nuevas formas de desigualdad.

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