Ídolos de barro

14 jul 2018 / 11:05 H.

Me veo todas las mañana en los espejos de mi casa y percibo que estoy dotado de una belleza singular, además, soy el mejor entre los de mi profesión por tener cualidades únicas e irrepetibles. Todo esto surge porque estoy dotado de una inteligente superior que aplico a la práctica del fútbol. Me quiero, soy mi propio becerro de oro y así me lo ratifican cada día los espejos de la vida. En definitiva, soy un triunfador, un ganador nato, y hoy por hoy no hay rival que me venza. Me considero un individualista en un deporte colectivo y mi “súper ego” define mi fuerte personalidad.

—Ya me conocéis, soy uno de pocos futbolistas-dioses que compiten en el campeonato mundial de fútbol que se celebra en Rusia. En la historia de esta competición he marcado más goles que mi eterno rival, aunque en este campeonato a ambos nos han eliminado de manera inesperada. Creo en mi futura reencarnación. He sido censurado por los mortales de no querer compartir con mis compañeros de equipo la alegría del éxito por ganar la tercera Champions Ligue consecutiva; no comprendieron que en ese momento me apetecía estar triste.

—Yo soy otro narcisista. He sido una superestrella mundial y mis fanáticos forofos me llaman “la mano de Dios” por introducir voluntariamente la bola en el arco de manera ilegal. Durante años he sido el mejor jugador del fútbol mundial. Resido en el Olimpo y como deidad puedo permitirme la licencia de dar un espectáculo bochornoso en las gradas de un estadio como hice hace unos días.

El Narcisismo es una enfermedad psicológica tan vieja como la vida misma pero que cada día se hace más palpable en el deporte rey. El sujeto que la padece tiene el peligro de contagiar a los demás. Esta anomalía existencial comienza por la incapacidad de saber mirarse con objetividad en los espejos de su vida. El escritor Oscar Wilde trató magistralmente el narcisismo en su novela “El retrato de Dorian Gray” en el año 1890. Yo mismo escribí hace dos años una novela sobre esta temática que titulé “La buhardilla de los espejos”. Ambas novelas, cada una con su trama, recrean en parte el mito clásico del narcisismo (hermosa metáfora que recoge la imagen de un joven bello que desprecia a las doncellas de la época y por ese motivo la diosa griega Némesis le castiga a ver su imagen reflejada, de manera continua y sin poder moverse, en el agua cristalina de un estanque...). Dos ejemplos claros de brotes narcisistas en el fútbol puede observarse en los futbolistas galácticos descritos con anterioridad. No obstante, he de precisar que admiro la alta competitividad de cualquier individuo y su empeño continuo de superación que no tiene porque estar reñido con el mantenimiento de una conducta normal o modélica. Los ídolos de barro tienen el peligro de ser imitados por muchas miradas inocentes.

En el lado terrenal, afortunadamente, tenemos cantidad de deportistas de élite que no sufren la enfermedad. Personalmente admiro a Zidane que ha sido una estrella de fútbol mundial y actualmente un excelente entrenador. A él se le puede añadir excelentes deportistas españoles que trasmiten conductas positivas en los distintos ámbitos del deporte; por ejemplo: Nadal, Muguruza, Paul Gasol, Felipe Reyes, Iniesta, Isco, Mireia Belmonte... Ellos, y muchos más, representan una muestra nítida de cómo compaginar la fama y el trabajo como valor, siendo para los jóvenes una mina de aprendizaje permanente.