Hijosdeputa IV

21 sep 2020 / 17:11 H.
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Vivimos en una sociedad tan absurda que los bares de carretera, dedicados a la prostitución, permanecen abiertos a pesar de las restricciones que la Covid-19 está conllevando en otra clase de establecimientos. Frente a las más que evidentes posibilidades de contagio —por no hablar de la explotación y denigración de las personas— prima el epígrafe de la licencia de actividad bajo la que se rigen este tipo de negocios para que las distintas administraciones se lleven las manos a los bolsillos y, con acusado pasmo, espeten: “respecto a este asunto no hay nada que hacer”. Vivimos en una sociedad tan enferma y sucia que somos capaces de inventar una asignatura, llamarla Educación para la Ciudadanía y no pensar qué respuesta se le puede ofrecer a un niño o a una niña que viaja de Linares a Sevilla, se topa cada pocos kilómetros con constituciones engalanadas con luces de neón y le da por preguntar a su mamá o a su papá qué carajo venden ahí. Vivimos en una sociedad tan maldita e hipócrita que ni los diputados que van a misa y tienen en cuenta a Dios en sus programas electorales ni los que se enarbolan en la bandera del feminismo y la igualdad mueven un solo dedo por corregir semejante disparate, y aun así los votamos. Los hijosdeputa somos nosotros, ellas, unas esclavas.

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