Hijosdeputa II

01 jun 2020 / 17:55 H.
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Conozco personas que si ven una piedra en el camino no dudan en sentarse a esperar el tropezón. No me sorprende lo más mínimo que sean incapaces de comprender que dicho accidente requiere de movimiento y que hasta el guijarro más chico carece de esa propiedad. Lo que de veras me extraña es su sempiterna declaración de amor a la pena y al consuelo que esta conlleva. También conozco personas en la orilla contraria, dotadas con unos recursos de relativización increíbles, de los que se sirven para levantarse de un gran topetazo, en el que han perdido varios dientes, con actitud de seguir comiendo. Y personas que, simplemente, caminan sin miedo y exclaman “ay” o “me cago en la mar”, con suma naturalidad, cuando sufren un percance durante su viaje. Lo curioso es que, en tal caso, tanto los que se quejan de todo como los que no lo hacen de nada, además de correr a prestarles auxilio, se afanan en repartir consejos que nadie les ha requerido: que si “yo ya lo sabía, ¿por qué te crees que estoy aquí varado, en el camino?” o que si “piensa que podría haber sido mucho peor. No tienes derecho a decir ni mu”. Unos y otros son la piedra, y los hijosdeputa no lo saben.

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