Hasta el mismísimo

    06 jun 2021 / 18:01 H.
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    Llevo una temporada que cuando suena el teléfono me pongo de mal humor, no porque suene, es que me llueven llamadas para hacerme un seguro de decesos, váyase usted a la porra, no estoy por la labor de morirme, o un seguro de salud privado que promete mucho, salvo que esté enfermo, váyase a hacer gárgaras, o el banco que quiere tratarme como persona, con afecto, hasta ahora el trato era de mero número en sus listados, o esa eléctrica que te cruje con la factura y te oferta una tarifa para ahorrar. Hasta el arco del triunfo de unos y otros, máxime cuando les da igual la hora, lo mismo me pillan comiendo, echando la siesta, o cuando no, el típico que llama desde el otro lado del Atlántico y me sobresalta el descanso en plena madrugada. El negocio que se está haciendo con nuestros datos es bestial, se venden listados de teléfonos, dirección y hasta edad, al mejor postor. Para no ser soez y maleducado suelo colgar, pero ganas me quedan de mandar al teleoperador, que no es el culpable, a la mismísima mierda. Cuando quiera un servicio, lo buscaré, mientras tanto, a cascársela.

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