Estoy indignado

    31 may 2021 / 10:22 H.
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    Son muchos los problemas que tiene en estos momentos España; en el ámbito sanitario el principal es la pandemia que nos asola desde hace 14 meses y que, a pesar de los progresos realizados gracias a las vacunas, todavía sigue entre nosotros; en el ámbito económico existe una larga lista, desde el elevado nivel de desempleo, la pérdida de tejido empresarial, el débil crecimiento económico, el desbocado déficit de las administraciones y las cifras de la deuda pública, la tardía recuperación del sector turístico, la lenta transición a una economía más digitalizada y sostenible, etc.; en el ámbito internacional, el más destacable en la actualidad es el conflicto con Marruecos en las fronteras de Ceuta y de Melilla, como consecuencia del tratamiento hospitalario prestado en España al líder del Frente Polisario. Sin embargo, y esto es lo que me tiene indignado, creo que el problema principal de España es hoy la política. En efecto, sufrimos una clase política más dada a la bronca, al enfrentamiento y a la discrepancia, y no tanto al acuerdo, al consenso y a la gestión para resolver los problemas de la población. Sirva como muestra el tema de las vacunas.

    En la actualidad hay 2,1 millones de personas menores de 60 años, pertenecientes a sectores esenciales (docentes, policías nacionales, autonómicos y municipales, bomberos, etcétera), a las que se inoculó una primera dosis de la vacuna anglo-sueca de AstraZeneca y que, tras su suspensión desde principios de abril, han permanecido más de dos meses esperando la segunda dosis. Pues bien, desde esta pasada semana ya pueden ser vacunados, bien con una segunda dosis del mismo preparado, o bien con la de Pfizer o Moderna. Serán los propios interesados los que tengan que decidir y, además, firmar un “consentimiento informado”. Ya estoy viendo a estos más de dos millones de españoles estudiando las ventajas, peligros e inconvenientes de inocularse con Pfizer o Moderna, cuya tecnología es la del “ARN mensajero”, o hacerlo con la de AstraZeneca (creo que la de Janssen se excluye, de momento), que utiliza la tecnología del “Adenovirus”. Deberán ponderar, antes de decidirse, sobre el riesgo que asumen de generar posibles trombos si optan por una, o las consecuencias del “cóctel de vacunas” si la opción es la otra. Pues sí, los maestros de primaria y de secundaria, los bomberos, los policías y los militares, así como otras muchas personas de los denominados sectores esenciales están siendo obligadas a informarse, a decidir y a consentir sobre la vacuna que se les administrará.

    En este contexto, yo me pregunto sobre el papel de la Organización Mundial de la Salud (OMS), que ha gozado de un presupuesto de 5.623,6 millones de dólares durante el bienio 2018/2019, de los cuales los gobiernos de los Estados miembros han aportado 957 (España el 2,4 por 100, lo que supone 23 millones de dólares). Como igualmente me pregunto sobre el papel de la Agencia Europea del Medicamento (EMA), financiada igualmente con los impuestos de los ciudadanos y, claro está, con los de aquellos a los que ahora se obliga a hacer cursillos acelerados de virología. Asimismo, en España contamos con el Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias, que dirige el doctor Fernando Simón, y con la “Ponencia de Vacunas” del Ministerio de Sanidad. A nivel autonómico existen 17 comités de expertos que asesoran a los respectivos gobiernos regionales. Pues bien, todos se reúnen, aconsejan, realizan estudios, consumen presupuesto, son expertos en epidemias, se han doctorado en virología, etcétera, pero no toman la decisión, los que asumen la responsabilidad de decidir son los maestros, los policías y los bomberos.

    ¿Qué se les puede decir a los afectados? Simplemente, ¡Indignaos!, como ya defendió en 2010 el filósofo francés Stèphane Hessel, en su famoso manifiesto. Sí, nuestros políticos debían de haber “cogido el toro por los cuernos” y tomar la decisión, asumiendo las consecuencias, pero viven en el mundo de la bronca, la discrepancia y el enfrentamiento. Después se preguntan por qué existe desafección de la política. Pues eso, que estamos indignados.

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