Esto no va a quedar así

12 mar 2020 / 16:41 H.
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Más de una década desgastando el sistema público de salud para ahora implorar que nos salve, que haya camas para miles de enfermos y equipos y profesionales suficientes que abastezcan las necesidades de la población. No hay ni previsión. Más de una década con recortes y trampeo parcheando lo que había que arreglar y solucionar, ampliar y optimizar, lo que es indefectiblemente una materia prioritaria de salud pública. Salta a la vista que hay que mejorar el sistema público de salud, no desmantelarlo. Pero claro, ahí se halla el gran negocio del siglo XXI, y cualquiera que eche un vistazo a occidente sabrá de lo que hablo. Empezando por los laboratorios y la industria farmacéutica, más preocupada por sacarle rendimiento a las patentes y sus productos, antes que de la elaboración de medicinas que favorezcan al conjunto de la comunidad, hasta los centros hospitalarios, con tarifas astronómicas en la privada y larguísimas listas de espera en la pública, con el desprestigio que eso conlleva. Luego repercute en todo, pacientes y personal sanitario, generando esos extraños debates sobre la conveniencia o no de recetar paracetamol, pongamos por caso, o tantas otras cuestiones, como los pañales para las personas que se acogen a la ley de dependencia, esa ley fundamental que forma parte sin lugar a dudas de esa red de protección ciudadana que debería ampararnos sin excepción. La sanidad debe ser gratuita y universal, sin atender a ningún otro criterio, y España afronta el reto de dar ejemplo al mundo con un plan innovador que revolucione las coberturas sociales. Pero esto es soñar demasiado, lo sé. A veces se me olvida que esto es España y que aquí hay poco arreglo posible a la inercia de las envidias, las miserias de la amistad y este clientelismo que se olvida de cualquier jerarquía basada en la justicia. En cualquier caso, ante una situación como la que nos sacude en estas semanas, que tiende por horas a agravarse, habría que plantearse una serie de preguntas y, lo más urgente, dar las consiguientes respuestas, que son al fin y al cabo lo que de verdad importa. Para empezar: basta ya de paños calientes. Sí, basta de medidas a medias y no querer ver lo evidente. Ante este drama no podemos ir por detrás, la salud pública posee una enorme responsabilidad y ha de adelantarse a los acontecimientos. Países de nuestro entorno menos vapuleados por el coronavirus han tomado soluciones radicales de aislamiento y cuarentena. La epidemia se va a extender exponencialmente y empeorará nuestras condiciones de vida, peligrando la existencia y supervivencia de las personas y, más que nada, nuestros mayores, ese sector que se merece los mejores cuidados. Así, cuando se habla de crisis económica, olvidamos lo más importante, que no somos números. Oímos datos y cifras porcentuales, índices y previsiones, rebajas o alzas, sin tener en cuenta lo que más debe preocupar, que somos nosotros. Al final todo se reduce a lo de siempre, ricos y pobres, es decir los que manejan el cotarro y a los que algo parecido a un catarro les maneja. Mucho se han apaciguado los ánimos en las últimas semanas, sin otorgarle la magnitud que merece, pero nos encontramos ante un límite que hay traspasar para adentrarnos en la auténtica realidad que nos golpea. De lo contrario, como decía irónicamente el chiste, esto no va a quedar así: esto se hincha.

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