Esas madres

    18 feb 2022 / 17:17 H.
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    Esa madre que grita y llora desesperada la muerte de su hija, intentando comprender por qué le ha pasado eso a su preciosa niña, cuando apenas despertaba a la primavera de su vida. Catorce años no es edad para morir. Su dolor es tan grande que anula las distancias, traspasa nuestra piel y nos hace temblar de miedo a las otras madres, a las que tenemos hijas vivas que salen de noche. Siempre les pedimos que tengan cuidado, que no vuelvan solas, y nos gustaría decirles que no se pusieran la minifalda tan corta, pero no lo hacemos porque sabemos que no es justo, que no son ellas las culpables de la mirada sucia de algunos hombres ni de la violencia que parece acechar a la vuelta de cualquier esquina, al amparo de la noche. La otra madre, la que ha criado al asesino y no se explica qué es lo que hizo mal, llora en silencio. Sabe que nadie sentirá pena por él, que quizás solo ella podrá perdonarlo. Su dolor es inmenso y, aunque nos llegue amortiguado, nos hace reflexionar sobre la educación que le estamos dando a nuestros hijos. Algo debe estar fallando en el sistema para que la violencia contra la mujer siga tan presente, incluso entre los más jóvenes. Veintidós años no es edad para matar.

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