En los límites de la virtud

    17 may 2022 / 17:23 H.
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    Se define la paciencia como la capacidad de padecer o soportar algo sin alterarse, y no son pocos los sabios que han coincidido en calificarla de virtud. Aristóteles señala que con ella se consigue sobreponerse a las emociones fuertes generadas por las desgracias o aflicciones, aunque para ello es necesario un entrenamiento práctico ante el asedio de los dolores y tristezas. Estas ideas, tan atractivas a primera vista, serán más tarde desarrolladas por los estoicos. El cristianismo vendrá a enarbolar esta bandera haciendo de la necesidad virtud y Santo Tomás de Aquino pondrá el broche de oro al relacionarla con la fortaleza para no sucumbir a las dificultades y la tristeza. Pero, parafraseando a Burke, hay un momento en que la paciencia deja de ser virtud. Eso, sin duda, opinó Cicerón cuando en su primera catilinaria recriminaba: “Quousque tandem abutere, Catilina, patientia nostra?”. O lo que es lo mismo: ¿Hasta cuándo, Catilina, abusarás de nuestra paciencia? Catilina, destacado político romano, vive hoy entre nosotros con nombres y simpatías varias, pero en Jaén, donde somos expertos en esa seudovirtud masoquista de soportar con resignación los desmanes del prójimo, rozamos dicho límite. Una gota más y el vaso rebosa.

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