El viajero

    12 nov 2020 / 16:00 H.
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    El viajero fue atraído por una fuerza gravitatoria que lo transportó más allá de la velocidad de la luz. Cuando llegó al astro, buscó una piedra y se sentó a la espera de sí mismo, porque sin su luz no podía verse. Había luz, pero la luz que había era de otro tiempo: no la del suyo, no la que lo acompañaba y alumbraba desde siempre, porque a esta la había dejado atrás. Durante las mil veces mil años, que duró el acoplamiento, el viajero se duplicó: era el que esperaba sentado en la piedra y era el invisible que venía camino del encuentro. Pero no eran dos, sino uno. Y los miles de años eran un segundo inmenso. Solo funcionaba la radio, que transmitía gruñidos en un idioma extraño. Y hasta la radio enmudeció. En la soledad y el silencio absolutos temió perder el juicio. Se fue transmutando en un globo acuoso con vísceras, en una babosa brillante y trémula, sin ángulos ni huesos. No llevaba consigo libro de instrucciones. Así que los extraterrestres no sabían para qué servía el viajero ni cómo utilizarlo. Extrajeron las sustancias activas y arrojaron el sobrante a la trituradora espacial. Hoy es basura cósmica, infinitos puntos blancos que pueden verse las noches limpias de verano.

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