El vacío

07 oct 2019 / 09:11 H.

Dicen que van a perder la producción de nueces, que cogerán algunas para ellos y ya, porque, aunque el esfuerzo les sale a cuenta, carecen de la energía y la salud que requiere; también dicen que han aprendido a arreglárselas con menos, que por suerte ya no las necesitan, pero que hasta el año pasado les vencía descubrirlas ahí, en el suelo, perdidas. Luego hablan de un tiempo viejo suspendido sobre este mismo paisaje y apuntan que lo único que varía es el vacío, sin especificar. No hace falta, los tres, al unísono, como autómatas, apostamos la mirada en el resto de casas vacías. De seguido, me cuentan que ellos nunca se plantearon mudarse a la ciudad o a un pueblo más grande y que, sin embargo, entienden a la gente que sí lo hizo. Ella, después de una risa, espeta “a lo mejor al cielo, cuando me muera. Aún no sé”, contagiándonos la algarabía insensata que solo tamaña tragedia puede provocar. Nos despedimos apresuradamente porque suena el teléfono y vaticinan que sea alguno de sus hijos. Antes de terminar de cerrar la puerta me vocean que cuente con una hermosa bolsa de nueces.