El silencio de los teatros

14 abr 2020 / 16:25 H.
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No hay palabras para describir, para declamar, para expresar esto, lo que nos está pasando. No tenemos posibilidad, ahora mismo, de hacerlo, de contarlo, de narrarlo. Tantas y tantas historias y voces no encuentran el cauce, el eco, capaz de hacerlas resonar, y esto es así, entre otros motivos, porque se ha impuesto el silencio de los teatros. Vivimos días de escenarios desiertos, desolación en los patios de butacas, y los fantasmas que pueblan esos edificios, tan llenos de magia, pasean incrédulos entre bambalinas, añorando los sentimientos, las pasiones y los dramas que tanto les complacía espiar. Obviamente, en estos momentos la prioridad de nuestra sociedad es de carácter sanitario, pero cuando se supere esta fase, habrá que abordar las heridas anímicas, y las cicatrices sociales.

Sin embargo, la comedia humana no tiene quien la escriba, ni quien la represente. Y las gentes del mundo de la escena viven con enorme inquietud esta situación especialmente adversa para ellos y ellas. El teatro, era, ya, un arte que padecía gran precariedad, y a raíz del confinamiento necesario para combatir la pandemia, mucha gente de esta profesión se ha visto obligada, por la emergencia sanitaria, a renunciar a la totalidad de sus actividades profesionales, y por lo tanto también a sus ingresos. Situación económica agravada por la sensación de incertidumbre sobre la fecha en la que se podrán retomar tales actividades. El teatro puede salir peor parado que otras manifestaciones creativas, a causa de esta situación, al constituir un dialogo directo con el espectador, en el que un grupo de personas acompasan y acercan sus respiraciones, sus latidos, al ritmo que marca la narración escénica.

Sin embargo, confiamos en que la cultura teatral, que ha sufrido, a lo largo de su historia, prohibiciones, censuras, servilismos y destierros, y que ahora se ve amenazada por una especie de alejamiento profiláctico, también superará este nuevo escollo, con la ayuda de todos.

Porque pronto, espero, cuando dejemos atrás el silencio de los teatros, podremos satisfacer esa necesidad humana de reflexionar en voz alta, reunidos en un lugar de encuentro, sobre todas las extrañas, simbólicas e iluminadoras historias que nos están ocurriendo durante este inédito periodo.

El teatro es un rito milenario del que disfrutaron nuestros padres, nuestros abuelos y nuestros antepasados remotos, su liturgia y sus contenidos atemporales acercan unas generaciones a otras. Las características de esta celebración
plural exigen cercanía, las palabras y las acciones, son la esencia de lo teatral, y para que la experiencia escénica sea plena, el público necesita sentir el aliento de los intérpretes, una proximidad, ahora mismo,
proscrita, pero anhelada por todos. Sin duda, cuando el retorno del teatro se consume, significará que esa ansiada cercanía por fin es posible y, con ello, una completa vuelta a la normalidad.

Y entonces, cuando todo esto acabe y se abra, por fin, la cuarta pared, el
teatro volverá a abrazar (sin miedo a patógenos) la realidad social, en esta ceremonia de proximidad. Y podremos tocar (sin temor a contagiarnos) las heridas colectivas, y nos uniremos en ese beso comunitario entre las ideas y la realidad, entre lo poético y lo material, que es la esencia del teatro.

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