El precio justo

02 abr 2018 / 08:50 H.

Uno de mi calle me ha dicho que tiene un amigo que dice conocer a un tipo que un día entró en una tienda que han puesto unos hippies de mi barrio. La abrieron hace unos meses. Yo la llamo la tienda del precio justo. Para quienes son muy jóvenes les recordaré que ese era el título de un programa de televisión presentado por Joaquín Prat, que promocionaba el consumismo feroz y que consistía en que unas azafatas mostraban productos del mercado como electrodomésticos, viajes, joyas o coches, y al grito de ¡A jugar! los concursantes tenían que acertar, sin pasarse, la cifra más cercana al precio del regalo promocionado. En realidad la tienda de mi barrio solo se parece a aquel programa en una palabra del cartel de la entrada que reza: Productos ecológicos y de comercio justo.

Como al tipo que conoce el amigo del vecino de mi calle, a mí también me costó bastante entrar a comprar allí. La incertidumbre de tomar un camino fuera de lo preconcebido puede hacer su aparición incluso en una cuestión tan aparentemente trivial como hacer la compra. Es una tienda diferente: aunque venden alimentos sencillos de primera necesidad ves que las verduras y las frutas no dibujan las formas perfectas a las que nos tienen acostumbrados los supermercados convencionales; los productos de las estanterías, al no aparecer en los anuncios, tampoco resultan demasiado familiares de modo que no presentan los formatos coloridos y brillantes que nos vende la publicidad con una promesa de felicidad; incluso alguna de las personas que cuidan el establecimiento tienen el pelo con rastas. A pesar de todo, o quizá debido a ello, ahora me he hecho asidua. Me gusta lo que compro allí, hasta ahora me ha parecido que está bastante bueno. Pero hay algo más. Cuando alargo la mano para coger un paquete de café o unas alcachofas, estoy realizando un acto de responsabilidad. O más aún... de rebeldía. Porque consumir es un acto político.

A veces, que las cosas sean baratas supone que para que se pague un precio tan bajo hay alguien que no ha ganado lo suficiente para poder vivir. El Comercio Justo no es una ayuda, sino una actividad comercial alternativa al comercio tradicional que permite a los productores un acceso directo a los mercados en condiciones más igualitarias, garantizando precios sin explotación, sin ganancias excesivas y con menos intermediarios. Y este sistema está siendo una de las mejores opciones para miles de agricultores de todo el mundo, pero sobre todo del Tercer Mundo, que han visto mejorar sus condiciones de vida al entrar a formar parte de él.

Sabemos muy poco de los productos que llenan nuestros carros de la compra. Yo misma apenas me he preocupado por saber de dónde viene lo que como. Salvo contadas ocasiones no tengo idea de qué contienen los alimentos procesados que consumo y mucho menos cuáles son sus huellas. Aunque no lo parezca tenemos el poder en nuestras manos. Podemos decidir ser consumidores críticos que deciden apoyar con sus compras otro modo de hacer las cosas. Llegar a visibilizar la complejidad del proceso que se nos oculta y los impactos que se generan en las diferentes fases del ciclo de vida de los productos, desde la extracción de las materias primas hasta la contaminación que producen los embalajes. Saber que cuando realizo el acto íntimo de comer o de vestirme no estoy tragando con la pérdida de biodiversidad de las especies, la brecha salarial entre hombres y mujeres, la privatización de las semillas y las patentes, la explotación infantil o el derroche del agua que se gasta en la elaboración del producto.

Frente al modelo mayoritario que persigue el lucro de las multinacionales a costa de la explotación de la naturaleza y del ser humano, aparecen cada vez más alternativas del lado de la producción y del consumidor. Unos y otros empiezan a entender que cada gesto cuenta y cada pequeña iniciativa ayuda a crear otra economía posible para otro mundo posible. Porque como decía el Quino de Mafalda o la Mafalda de Quino “No es cierto que todo tiempo pasado fue mejor. Lo que pasaba era que los que estaban peor todavía no se habían dado cuenta”.