El monóculo de la ideología

    31 may 2020 / 11:26 H.
    Ver comentarios

    Los asiduos de la red, generalmente, vomitan agrios exabruptos que zahieren al contrario o babeantes mensajes de apoyo a “los suyos”. Muchos, no siempre agazapados tras seudónimos, difunden sus ideas como un punzón afilado que haga que sus afirmaciones queden siempre por encima y dejen malherido al oponente. La mayor parte de las veces esto sucede a través de lo que podríamos llamar “el monóculo de la ideología”. ¿Puede un acérrimo seguidor de opciones socialistas o de izquierda radical aplaudir acciones expuestas o realizadas por un gobierno “de derechas”? ¿Puede un liberal, conservador, o de extrema derecha si se prefiere, aclamar proposiciones lanzadas por un gobierno sociopodemita como el nuestro? La respuesta debería ser un sí rotundo, aunque hemos de reconocer que no es lo que más abunda ni en las redes ni siquiera en las bancadas de diputados y senadores. Basta con descubrir el color de quien hace una propuesta para despreciarla sin tener en cuenta los posibles aciertos que pudiera encerrar. Y todo ello envuelto en un disfraz de opinador objetivo, sensible a la actualidad, pero en realidad ansioso de manipular a la opinión pública creando corrientes favorables a su postura. Lo mío siempre es bueno y deseable. Lo del otro, censurable sin más. La ideología parece comportarse en ocasiones como un virus pandémico que impide el sentido crítico o, al menos, lo adormece con cantos de sirena tendentes a embotar al contrario, al propio y al dudoso. Mirar a través de ese monóculo que mencionábamos nos produce seguridad. Vemos, escuchamos y digerimos lo que sabemos a priori que queríamos tener delante y cualquier opción que roce tangencialmente otras posibilidades se nos antoja imposible cuando no diabólica y abominable. ¿No sería razonable tratar de observar lo que nos circunda con ojos más limpios, con ideas no preconcebidas? Si en lugar de monóculo miramos a través de ambos ojos quizá tengamos opción de no ser manipulados, de poder criticar también a los nuestros y aplaudir a los demás. Nuestros colores no pueden ser solo esos que cada logo político conlleva. Todo lo rojo, azul, morado, naranja o verde puede, y debe, tener ese matiz que nos haga ser realmente dueños de nuestras opiniones y no meros voceros de argumentarios preconcebidos. El verso de Machado parece no tener fecha de caducidad. Las Españas, a veces mucho más que dos, se enzarzan en refriegas estériles sin solución basadas en meros postulados ideológicos. Un último episodio nos muestra a políticos renegando de acuerdos con otros partidos en lugar de alegrarse de integrar mayorías amplias que puedan resolver de verdad nuestros problemas. ¿Tan difícil es aparcar el monóculo y mirar en todas direcciones?

    Articulistas